23/03/2025

Nuestro amante de París.

Quedé con mi amante en un boulevard parisino y, como era un empresario de prestigio, siempre aparecía con algún valioso detalle que hacía especiales nuestras citas. Esa vez le tocó el turno a una cajetilla de tabaco lujosamente decorada, junto a una botella de vino caro cuya marca prometía una experiencia etílica exquisita. Al llegar a mi sofisticado apartamento, situado casi al lado de la brillante y altanera Torre Eiffel, se encontraba recostado en el sofá un canis lupus de tamaño bastante intimidante. Le dije que lo había encontrado el día anterior en una de mis peculiares rutas por bosques perdidos y olvidados, que lo hallé herido sobre una roca cubierta de sangre y, aunque no tenía ni la más remota idea de cómo cuidar de un lobo tan salvaje como ese, bien es sabido que a los animales no se les niegan cuidados. Mi amante observó al animal con desagrado y éste respondió con la misma mirada, como si ambos hubieran reconocido en el otro un espíritu intrascendente que no merecía más atención de la necesaria.

La noche transcurrió entre conversaciones, copas de vino que se derramaban y besos sin pulcritud. Un rato después, aquel hombre y yo comenzamos con las prácticas tan poco convencionales que tanto nos gustaba realizar. Me arrodillé entre sus piernas con delicadeza, dejando que mi vestido negro de seda arropara el frío suelo, encontrándome dispuesta a servirle en todas las formas que se le antojaran a su deseo. Esa vez parecía tener un nuevo capricho: que mi boca le sirviera como cenicero. Sacó de su abrigo la ornamentada cajetilla de cigarros y se encendió el primero de ellos. El humo ascendió por las paredes y el techo mientras él lo degustaba y yo lo observaba con mi boca entreabierta. Sin una advertencia, dejó caer la primera brasa de ceniza sobre mi boca. Yo no hice ningún movimiento, sólo sentí la espesura de aquel polvo en la boca, y así procedió sucesivamente hasta que el cigarro se consumió y él lo apagó contra la superficie de mi lengua. El dolor, con su correspondiente escalofrío, me hizo estremecer, aunque la fascinación que hallé en sus ojos me obligó a seguir permaneciendo inmóvil ante él.

Una tras otra, las colillas se fueron amontonando en mi boca: el sabor de la ceniza se impregnaba con el sabor metálico de la sangre que se escapaba por mis heridas abiertas mientras mi cuerpo temblaba oscilando entre el placer perverso y la agonía dolorosa. Pero entonces llegó un momento en el que una inevitable arcada brotó de mi garganta, y las colillas que había contenido con devoción entre saliva carbonizada y rojiza se derramaron sobre el precioso y caro traje de mi amante. Éste me gritó asqueado, y el lobo, que hasta entonces había estado recostado siendo un espectador completamente indiferente, se irguió de un salto emitiendo un gruñido que resonó hasta en las paredes vecinas. Sus pupilas se habían ensanchado ferozmente y su cuerpo estaba tensado como el de una bestia que se pone al acecho. Intenté calmarlo balbuceando palabras entre el nerviosismo y la confusión, mientras que mi amante, con el semblante totalmente enfurecido, se levantó bruscamente dispuesto a irse, reprochándome que había arruinado la noche y que debería de haber dejado morir al monstruoso animal en el lugar donde pertenecía.

En ese mismo instante, como si hubiera comprendido todo, el lobo se abalanzó sobre él con una furia irrefrenable, tirándolo al suelo sin demasiado esfuerzo. La tenue luz de las velas, que minutos antes había servido para crear un sensual ambiente, ahora servía para hacer relucir sus colmillos como cuchillas recién afiladas. Comenzó a desgarrar el abdomen de aquel hombre en un festín grotesco de sangre y vísceras; después, los dientes de la bestia se clavaron como astillas en su cráneo. El lobo mordía y engullía la carne y la masa encefálica con una precisión casi quirúrgica (no era la primera vez que devoraba vida humana). Después de que la criatura hubo saciado su instinto primario se apartó del cadáver y, con la sangre aún chorreando por su hocico, se acercó a mí buscando refugio en mi regazo. Comencé a acariciar su lomo mientras la quietud envolvía nuevamente el entorno.

Me puse en pie justo cuando la última vela llegó al final de su vida y la oscuridad se apoderó del habitáculo. Me coloqué el abrigo de pelo que había dejado sobre el diván, no sin antes registrar en los bolsillos del muerto para guardarme todas sus pertenencias de valor. Acto seguido salí por la puerta, dejándola entreabierta para que mi fiel amigo me acompañara. Él caminaba a mi lado hacia las orillas del Sena, en cuya agua turbia y contaminada se reflejaban los faroles titilantes. De pronto comenzó a gruñir de una forma estruendosa al tímpano, lo que hizo que volteara mis ojos hacia él: sus uñas comenzaron a romperse bruscamente, pues de sus patas estaban emergiendo manos humanas. Sus extremidades empezaron a mutar con lentitud bajo la elegante noche. Mientras, escuché entre las calles a un grupo de personas totalmente exaltadas: "¡lo que hay en ese apartamento es un lobo, os lo aseguro. Su cráneo está completamente destrozado. Venid, venid!"

Un hijo de puta menos, un éxito cosechado más. Aunque este tenía peor sabor que los anteriores. Podrías traer mejor carnaza la próxima vez respondió el licántropo, rodeándome con sus brazos peludos.

¿Un cigarro para compensar? me reí sacando la cajetilla de tabaco, escuchando cómo él carcajeaba con furia mientras me besaba con arrebatada pasión.

09/03/2025

La Ruleta del Infortunio.


☠¿SE CONSIDERA USTED UNA PERSONA DESALMADA? ¡AQUÍ PUEDE SERLO AÚN MÁS!☠

"Siempre se comienza con las palabras. El lenguaje es el comienzo de todo. Siempre son las palabras..." Eso iba repitiendo yo en mi cabeza una noche triste y aburridísima mientras atravesaba una calle poco transitada, hasta que, a lo lejos, me topé con esas palabras en movimiento provenientes de un cartel luminoso en la puerta de un casino. No era un cartel demasiado estridente, pero sí tenía la suficiente maña como para llamar la atención de los más curiosos. Como persona curiosa y autodestructiva que soy, no quería perder la oportunidad de recrearme nuevamente en mi desgracia (si es que aquella publicidad era verídica y no meramente un artificio engañoso). Entré por la puerta de aquel local esperando encontrar a ingenuos ludópatas emocionados por obtener una falsa fortuna, pero para mi sorpresa estaba casi vacío. Digo "casi" porque en una de las mesas se hallaba, pálido y petrificado, un antiguo conocido mío. Tras un educado saludo convencional, me senté a su lado y comencé a percibir la extraña pesadez del ambiente sobre mis hombros. Antes de que pudiera formular otra frase (que posiblemente sería una pregunta estúpida como: "¿de qué va todo esto?") se acercó a mí un camarero trajeado cuyas manos estaban cubiertas por unos guantes de seda. Sostenía una bandeja dorada y de ella me entregó lo que parecía ser la carta de bebidas. Al abrirla, se leía lo siguiente:

«Si ha llegado hasta aquí por sus propios medios quizá es que desea sumirse por completo en la miseria y experimentar el gozo o la desgracia de no tener alma. No se preocupe, estas palabras no derivarán en un discurso condescendiente: usted no nos importa en absoluto, solamente le advertimos que, una vez haya iniciado el juego o se haya sentado en la mesa de las personas que lo iniciaron, no deberá abandonarlo ni incumplir sus reglas. Por poder claro que puede hacerlo, pero a nuestro invitado especial no le gusta que le hagan perder el tiempo, por lo que, si eso sucede, las consecuencias serán la corrupción de todas sus capacidades cognitivas junto con una progresiva aniquilación de las mismas, convirtiéndolo aún más en un vegetal viviente atrapado dentro de su propio cuerpo. ¿Querrá ser un parásito más del manicomio sobre una silla de ruedas sosteniendo la mirada perdida? Aunque nunca se sabe, vamos a suponer que no. Estaremos vigilándolo de cerca (como antes de haber entrado aquí). Disfrute de su estancia. Por cierto, puede elegir entre tomar vino o whisky».

 

Sin duda era un mensaje alentador de bienvenida que sumaba adrenalina a la incertidumbre del lugar. Poniéndome al día con mi viejo conocido me contó que, tomándolo como una simple broma, acababa de utilizar la peculiar Ruleta del Infortunio, de ahí el reflejo de horror en su cara cuando lo vi al entrar. Al darse cuenta de que no ganó ni un dólar, se dispuso a irse, pero lo retuvieron en aquella mesa a punta de pistola con el pretexto de que el invitado especial estaba a punto de llegar. La ruleta constaba de seis casillas azarosas: tres de ellas contenían el símbolo del dólar y las tres restantes el símbolo del Diablo. La observé con detenimiento, percatándome de que la casilla ganadora de esa mesa era la del Diablo. El camarero se volvió a acercar y, con suma delicadeza, nos entregó a cada uno un fino librito cuyo título era: "Cómo jugar al póker con Satanás (guía extendida)". 

Ni siquiera nos dio tiempo a abrir la guía cuando apareció por la puerta un sujeto muy elegante, trajeado, repeinado y con aires de cinismo y maldad. Sus pupilas eran rojas, sus afilados colmillos estaban tallados en un oro impecablemente reluciente y sus largas uñas negras eran garras feroces de animal. ¿Era ese Satanás? Cuando se sentó a nuestro lado, se detuvo la música clásica que estaba sonando en un vinilo y comenzó a sonar en bucle la siguiente grabación: «¿sabes qué me anima cuando estoy hecho polvo? Un full de ases y reyes. Desplumar a turistas estúpidos que sólo saben subir la apuesta. Tener pilas de fichas tan altas que no veo al de delante. Jugar toda la noche sin límite en el TAG, donde la arena se convierte en oro».

Sin más preámbulos y tras unos breves saludos, nos obligó a jugar al póker en modo TAG (selectivo y agresivo). Mi acompañante y yo no éramos unos expertos en el juego pero nos sabíamos manejar, aunque a medida que pasaba el tiempo ese cabrón cínico y repelente nos estaba dejando sin mucho que apostar. Finalmente, tras tres rondas perdidas, ya me había quedado sin dinero, así que negocié con nuestro oponente. Satanás me miró, acarició mi mejilla con sus uñas haciéndome un suave corte y, mientras se relamía el dedo bañado en mi sangre, dijo: 

–¿Tan poco acostumbrada estás a resistir? Lo que deseo no es llevarme vuestro dinero, sino vuestras almas. Sin embargo de ti deseo mucho más que eso: además de tu alma, quiero tu corazón, tu carne y tu sangre. Podría llevarme la de tu acompañante, pero no me interesa tanto, pues se percibe banal, ligera, mundana... Así que hagamos lo siguiente: si ganas, serás toda tuya y de Dios para siempre, pero si pierdes... serás mía para toda la eternidad. Tic-tac, tic-tac, tic-tac... –rió como un maníaco.

–Acepto –le dije desafiante.

–Bien, pero recuerda aceptar sólo lo que sabes que vas a poder ganar. Luego no te arrepientas, belleza.

Mi conocido me miró con cara horrorizada, repitiéndome una y otra vez lo mucho que detestaba el juego y el deseo ferviente que sentía de protegerme ante cualquier tipo de peligro, pero yo había aceptado sin pensármelo demasiado. Lo tranquilicé susurrándole al oído: 

–Si se lleva mi corazón, entonces el hueco vacío bien podría servir como una madriguera para algún animal. De todas formas el alma y la vida son pesadumbre y no me hacen demasiada falta, pues ya sabes tú todas las miserias que me han atravesado. 

Además, echando un vistazo a mis cartas (pareja de ases) parecía una buena jugada, pues creía que tenía todas las de ganar; pero el Diablo, que es más experto por viejo que por diablo, sacó una escalera de color, lo que quería decir que yo había perdido inmediatamente. El hijo de puta no sólo se iba a llevar mi dinero y el de mi acompañante, sino también todo mi ser. Me miró dejando entrever una media sonrisa de que se había salido con la suya y, a continuación, un halo fantasmagórico rodeó mi cuerpo. Entre la cara de asombro de mi callado acompañante y la mueca de satisfacción de nuestro oponente, éste se levantó, se acercó a mi pálido halo, abrió ligeramente sus fosas nasales y me aspiró el alma, de la cual brotaron esporas de colores. Mi cuerpo sintió un leve escalofrío y mi energía se vio drenada inmediatamente. Acto seguido fue hacia la puerta y, haciendo un ademán con la mano, exclamó: 

¡Au revoir, muchachos. Siempre es un placer hacer negocios con ustedes!

Ante las miradas fijas de todos los allí presentes, sólo se me ocurrió decir: "pues se ha quedado una bonita noche para haberlo perdido todo... al fin y al cabo ha sido mi decisión, ¿no?"

Al día siguiente, cuando desperté, comencé a reflexionar sobre todo lo que había ocurrido la pasada noche. ¿Tenía vida o no tenía? Lo cierto es que me notaba tan muerta como siempre, lo único novedoso era que ya no sentía hambre ni ninguna necesidad fisiológica. Encendí la televisión y estaban pasando las últimas noticias de lo que parecía ser un asesinato: "una muchacha joven es hallada muerta con un hueco abierto en su pecho. Al parecer, el asesino le ha desgarrado el corazón con uñas y dientes. Sobre el cadáver se ha encontrado la siguiente nota escrita en sangre: «jugó contra el Diablo sin hacerle saber que era yo mismo». Las autoridades ya están investigando el...". Mis oídos comenzaron a pitar de una forma estruendosa cuando observé detenidamente la calle desde donde estaba transmitiendo la reportera. La casa precintada estaba en la misma localización geográfica que aquel casino. ¿O es que los efectos secundarios de que te aspiren el alma eran sufrir alucinaciones? Salí a toda prisa caminando sobre lo andado e intentando recordar mis pasos de la noche anterior, hasta que por fin llegué a la ubicación. Entre todo el tumulto de policías, cotillas curiosos y cámaras, no había ni rastro del casino. En su lugar se hallaba una vieja casa de madera medio derruida por el inevitable paso del tiempo. ¿Cómo era eso posible? Intenté acercarme a preguntar pero todos salieron corriendo a los gritos al verme aparecer. Hice una mueca extraña y sentí un ligero cosquilleo en el pecho. Cuando me lo toqué no palpé mi piel, ni tan siquiera mis huesos, solamente un hueco vacío con un conejo dentro. La criatura saltó hacia la calle y, con su blanco pelaje teñido de sangre y vísceras, comenzó a caminar. Yo, como por inercia, fui tras él. Los ruidos del exterior se desvanecieron por completo y ahora mis tímpanos sólo captaban la respiración, los latidos y el repiqueteo de las patas del animal contra el suelo. Era como si, paradójicamente, ahora yo estuviera dentro de él. El conejo se adentró en el jardín trasero de la casa abandonada. Entre flores muertas y vegetación descuidada, comenzó a escarbar sobre la tierra hasta desenterrar un puñal afilado, el cual agarré con firmeza, como si su empuñadura estuviera hecha exclusivamente para mis manos (¡cuántas cosas, al mismo tiempo, ocurren y concurren en este mundo como si fueran intervenciones divinas!). Acto seguido el conejito avanzó hacia una trampilla abierta cuya madera estaba demasiado enmohecida, y rápidamente descendió por una escalera desvencijada. Bajé tras él, inducida en una especie de trance extraño, y cuando al fin me hallé en lo que parecía ser el sótano, el animal había desaparecido por completo. Avancé un par de pasos con el puñal aún sostenido, y allí, en la penumbra, estaba mi viejo conocido ordenando fichas de póker. No le pregunté nada ni hice ningún gesto de asombro, es más, no hice ningún gesto, puesto que yo ya sabía todo lo que tenía que saber. Sólo me acerqué lentamente a él y le susurré:

–Nunca olvides que el diablo siempre cobra sus deudas.

Entonces, con una puñalada, embestí su corazón. Luego vino otra seguida de otra, así innumerables veces. Después guardé el puñal en el hueco de mi pecho y ascendí hacia la luz de las escaleras. 

31/03/2024

Gritósfera gutural.

¿Quieres que grite? Pues vale, grito. Si quieres que lo haga, lo hago. Te juro que lo hago. Te prometo que cada segundo que pase yo estaré gritando, que cada partícula de aire llevará consigo el vibrato de mi voz angustiada. Quieres que no pare y efectivamente no paro, quieres que me duela y verdaderamente me arde la garganta porque tú quieres que grite y porque quieres que no pare. Y en el momento en que lo hago, que paro (ni siquiera para descansar, sino para tomar aire, seguir gritando y gritar mejor), es el momento en que me dices: "para gritar también hay que descansar". Y yo no te creo y tú tampoco te crees. El segundo en el que no grito de repente estoy gritando. A veces mientras grito pienso en mi garganta y otras en parar, y me vienes tú a la cabeza como si estuvieras poniéndote un dedo sobre los labios y diciéndome que me calle, aunque todos sabemos que no quieres que lo haga porque si lo hago respiro. Cuando sólo exhalo aire y se me olvida que lo tengo que inhalar es cuando te das cuenta de que ya no puedo parar de gritar aunque no respire y me sangre la garganta, de que llevamos toda la vida alzando la voz al sol como si fuera lo único que brilla, y de que me voy a pasar la vida entera gritando aunque nunca consiga tener nada que decir. ¡Shhh...!

21/03/2023

El mundo como delirio y representación.


 A Schopenhauer por inspirarme con el título.


–Tal vez el mundo sólo es un delirio que existe en la mente de un loco. Estamos incrustados cual cristal en el cerebro de un ser primigenio, es decir, el primer demente de todos, el verdadero. Su cerebro chorrea sangre a borbotones, su enfermedad no sana, y debido a ello todo es infección. Somos su fantasía perversa, sus títeres, las bacterias en sus heridas; por eso cuando tambalea su cabeza, tambalea nuestro mundo. Por eso cuando deja de medicarse ocurren muchas catástrofes en este plano. ¿Y quién es, pues, ese ser lunático? No quiero decir que es Dios, ya que la locura es demasiado bella para que la goce Dios, pero tampoco puedo decir que el mundo es tan bello como la locura, porque no me gusta mentir. Es más, fue el loco quien creó a ese tal Dios para que la humanidad se vuelva loca en el sentido más inútil de la palabra: dale a la humanidad una mentira y delirará durante milenios. La mentira es el motor mediante el cual el demente activa la vitalidad aquí dentro, y lo peor de todo ello es que los humanos creen –siempre creen– que estar vivos es un milagro... ¡un milagro! La paz y la guerra son los dos hemisferios morales en el cerebro del loco, es decir, el bien y el mal, lo blanco y lo negro, lo bello y lo horrendo. Siempre triunfa más este último porque es más perverso y más divertido, por ende, da más juego y más jugo. Las estrellas que observamos en el cielo, los cometas, las galaxias y todo el universo con su escala cromática son sus neuronas interconectándose, la sinapsis de su organismo, sus nervios craneales. Todo el cosmos se formó cuando el loco tuvo una sobredosis de medicamentos y su glándula pineal estalló en un viaje psicodélico de colores y formas. Estamos atrapados en una esfera de cristal que se quiebra pero nunca se rompe ni se abre. No se podría describir el mundo de ninguna otra forma mas que desde conceptos demenciales, pues todo se reduce al absurdo: la trayectoria del ser humano a lo largo de los siglos ha construido una red sistemática que sólo logra satisfacer a unos pocos. Siempre luchan unos contra otros para obtener el primer puesto y el liderazgo, para transformar el mundo a su antojo como si éste les perteneciera... A veces me dan ganas de agarrar del cuello a esos ilusos dirigentes y sumergir sus cabezas en un fango ardiente mientras les grito: "¡miraos, sois tan humanos como yo, ¿entendéis? Sois unos malditos condenados y si os rajo sangráis, no hace falta que alardeéis de bienes ni dirijáis nada, porque os vais a morir, joder. No lo entendéis, no lográis entenderlo como yo lo entiendo... no veis mi visión. El mundo seguirá su curso y nadie podrá hacer nada por él cuando estemos bajo tierra, ni siquiera vuestros descendientes. Es inútil hacer algo por esta esfera que sólo existe en la mente de un loco. Todo por lo que os esforzáis es en vano. Ojalá el loco se diera un tiro, así el planeta sería atravesado por una gran bala de fuego. Si no, tendríamos que inmolarnos nosotros. Debemos extinguirnos para que el loco sane o se muera de abstinencia, sí, eso es!" Pero nadie me comprende nunca, es el loco el que nos sumerge en el fango ardiente, y yo no debería estar en esta habitación blanca acolchada porque al loco le importo, ¿verdad, doctor?

–¿A qué edad vio usted Fight Club, señorita?

12/03/2023

Al alba.

Podremos reunirnos al alba,
para entonces ya habré salido de la tumba 
que me ocupé de enterrar durante la madrugada.
Ven cuando llegue el alba,
te arañaré la espalda 
con mis uñas llenas de tierra
bajo un árbol centenario 
que llora ante nuestra tragedia.
Yo me fui de ti,
tú te fuiste de mí,
yo también me fui de mí,
contigo, pero sin ti.
Con tu recuerdo 
envasándome al vacío los pulmones
tuve que asfixiarme 
para volver a vagar por este mundo 
como quien no lo conoce,
entre huesos calcinados, 
páginas de libros ancestrales 
y calaveras sonrientes queriendo decir algo,
queriendo decir que los muertos 
están más felices que nosotros,
es decir, queriendo decir todo.
Veré cómo se derrama el Sol derretido,
gotita a gotita,
carbonizando nuestras pieles 
hasta fundirnos y ser abono para la tierra.
El Sol está orinando,
el alba trae consigo 
esta deliciosa lluvia dorada.
Se me cae la sangre,
ya no queda nada dentro de mí, 
todo lo que vomito 
es la arena del reloj que es mi estómago,
frente a la tumba de nuestra memoria
todo lo que aspiro a recitar es un epitafio,
tal vez dos.
Dos caballos van galopando 
porque creen que son libres,
pero se escuchan disparos desde lejos.
Miro al cielo incandescente 
con los ojos abiertos
y dejo que las gotas 
me abrasen las pupilas. 
Ya no hay nada que observar,
en el alba,
no hay nada que observar.

30/01/2023

La Nada tiene náuseas.

La Nada me ha susurrado vagamente: "hija mía, vomítalo todo antes de que sea tarde. No te hinches ni explotes ni llenes el Universo de vísceras, mejor llénalo de conceptos, de pensamientos y estados emocionales, porque todos somos Nada y más Nada seríamos sin ese vómito". Entonces le he hecho caso:

Siento nostalgia de lo que no viví, 
del forajido que me toma como rehén,
de un baile de salón,
de una doncella prometida soñando con un delincuente,
de un claro de luna en el bosque,
de un Whisky entre miradas cómplices,
de un ave de paso,
del vientre de mi madre,
del amor del colegio,
del amor que nunca tuve,
del que perdí,
del que no hice.

Amor, así concibo yo el amor:
si tu cuerpo fuera de clavos, yo me clavaría como Cristo.
Si tus dedos fueran tenedores, yo te ofrecería mis ojos.
Si tu lengua fuera cicuta, yo me envenenaría.
Si tienes sed en un desierto, yo te ofrecería la sangre de mis venas.
¿Y si tengo sed? Me bastaría con tu saliva.
Si tus palabras fueran dagas, yo me cortaría.
Si tus pasos condujeran a mundos infernales, yo te seguiría.
Si tus manos destrozaran todo lo que conozco, yo sobreviviría entre ruinas.

En un estado de supervivencia cuando nadie me mira 
le arranco el ojo a un ángel,
me sirvo veneno,
me muero en el suelo,
clavo insectos en las paredes.
Cuando nadie me mira le resto importancia al "me"
y soy una calaverita con dos soles negros por ojos.
Porque es en esos momentos en los que
miro la vida como miro un Sol que se está muriendo.
(NADA ES LO SUFICIENTEMENTE BRILLANTE AHÍ FUERA).

Fuera siento hastío
por un mundo sistemáticamente ciego
y semánticamente pobre.
Hastío de tallar este escrito en la pared,
de que todo sea verborrea absurda,
hechos intrascendentes, sentimientos insustanciales.

Insustancialidad es eso que todos ofrecen
y paradójicamente a nadie le gusta,
es mirar la vida pasar desde el borde de un telesilla,
es arrastrar el cuerpo carente de sustento,
es ver interrumpida la paranoia del loco.

Y paranoicamente te busco en mis recuerdos,
en las rencillas de mi cerebro (no estás), 
en las esquinas de mis sienes,
en mis arterias,
en los huesos que me he arreglado con pegamento.
La paranoia hace de mí un ser tembloroso:
un sólo movimiento significa trillones de posibilidades,
un escenario significa incontables obras por interpretar.

Interpretar la vida, los sueños, los pensamientos, las palabras, el ser, el ente;
interpretarlo todo para acudir al parto de Filosofía, 
la cual trae al mundo dos gemelas brillantes y destructivas: 
Metafísica y Ontología.
Intentar interpretarlas es darle al Todo una explicación 
para llegar a la Muerte, a la Nada y al Vacío:
destinos que nunca debieron expulsarnos mediante su vómito.

08/01/2023

He adoptado una nube negra. (Serie 2).

«-Cuéntame algo.
+¿Sobre mi vida?
-No, coño, me refiero a una anécdota. Ya que no puedes tener la boca cerrada para dejarme leer el periódico cuéntame... alguna cosa.
+Lo siento, no sé qué decirle.
-¿No tienes anécdotas? ¡No tienes! Entonces te contaré una»:

La única vez que he desplegado mis labios para rezar una oración (no a Dios, sino a un destino impredecible para que todas las circunstancias del tedioso presente me hicieran un favor) fue para que lloviera. Sí, tal cual: deseaba que diluviara, que se desenvolviera en el cielo una tempestad torrencial que arrasara con toda la basura que se amontona sobre la ecúmene, que lloviera tanto que el ambiente se purgara y las plantas se saciaran, tanto tanto que los religiosos creyeran que el falso Apocalipsis se estaba realizando: pues esa tormenta sería mi excelente justificación para no tener que salir a hacer algo que, o bien iba a hacer por compromiso u obligación, o bien tenía pocas ganas de hacer. Pensé: "si no me puedo suicidar, al menos que la vida me dé un poco de tregua, un pequeño y brillante cataclismo".

Y entonces llovió. 

Mi deseo, fruto del egoísmo, fue concedido (quién sabe por qué). Llovió durante trece días y trece noches sin parar: limpiando, barriendo y purgando. Todo tal cual lo pedí. Hasta que, lamentablemente, el Sol volvió a salir tan arrogante y molesto como siempre. Pero como obsequio, como un souvenir por realizar tal buen acto al medio ambiente mediante mis súplicas a una Nada inconsistente, una nube negra de tormenta se arraigó a mí. No nació de mi costilla, sino de mi lengua afilada. Ahora aquella nube estaba siempre posada sobre mi cabeza: no importaba la hora, el lugar o la actividad en la que yo estuviera involucrada. Cuando me estaba divirtiendo (eso raras veces sucede) o cuando estaba en medio de una crisis existencial, sus moléculas de agua se acumulaban debido a la energía del ambiente y estallaba contra mí, haciendo que todo ápice de diversión se tornara un caos, calándome hasta los huesos y provocándome fuertes resfriados. Esto sucedía día tras día tras día, impidiéndome así realizar todas las actividades cotidianas. ¿No era esa la excusa que tanto buscaba? Lo positivo de ello es que mis lágrimas lograban camuflarse entre el agua. Me preguntaba si todo aquello era una especie de castigo kármico, aunque no me permito caer en esas creencias, pero en el fondo yo nunca quise hacerme cargo de esa masa negra. En ese punto... ¿qué podía hacer? ¿me quería matar o la quería matar yo a ella? 

Un día la llevé a un descampado, el más inhabitable de la zona y, sin compasión ni preámbulos, empecé a dispararle con una pistola de bolitas de goma (hubiera sido mejor una de balas, ya lo sé, pero no estamos en Estados Unidos). Pensaba, inocente de mí, que la nube se desvanecería evaporándose sin más, pero lo que ocurrió es que comenzó a sangrar. Ahora ya no llovía agua, sino sangre. Yo no tenía lugar ni forma donde limpiarme en diez kilómetros a la redonda, así que no tuve más remedio que optar por volver a la civilización. Intenté fijar la mirada en el suelo y pasar desapercibida entre los viandantes que caminaban atendiendo únicamente a su propia vida, o al menos eso quería creer yo. Pero era una ilusa al pensar que nadie se percataría del reguero de sangre que dejaban las suelas de mis zapatos durante todo el camino. En cuanto a mi nube, exprimió toda su sangre contra mí a lo largo del trayecto hasta que por fin se diluyó en el aire. 

Cuando me quedaban varios minutos para llegar a mi casa y, sosteniendo las manchadas llaves para por fin abrir la puerta del cubículo de mi tranquilidad, escuché detrás de mí varias sirenas de policía. Las omití, puesto que estaba tan exenta de cualquier cargo como una mariposa en un campo primaveral. Me detuve frente a la puerta de casa: unos movimientos locomotrices más y ya estaba dentro. Para abrirla agarré el tirador de la puerta dejando en él una mancha considerable de sangre. La llave se introdujo sin problema. Ahora sólo quedaba un movimiento más en aquella mecánica tan banal de abrir la puerta, pero de pronto sentí una de mis muñecas apretada detrás de mi espalda y la presencia de un policía respirar tras mi nuca. 

-Señorita, queda usted detenida por homicidio. Se le prohíbe pronunciar palabra alguna hasta que no se le asigne un abogado.

Las llaves cayeron al suelo. El uniforme de aquel oficial que me sostenía con brusquedad quedó manchado completamente. Siendo honesta lucía mejor así.

Pensé: "¿homicidio? ¿a quién? ¿por qué?"

Desde luego no ayudaba mi aspecto cubierto de sangre, pero nunca pronuncié ante aquel oficial las típicas frases agónicas de siempre: "yo no he hecho nada, soy inocente, créame", ya que entendí hace mucho tiempo que nadie lo es. Todos somos homicidas en menor o mayor medida: matamos insectos, animales, plantas... incluso el tiempo. Matamos con palabras, con actos, con desprecios, con indiferencias, con morales e ideologías; clavamos puñales cargados de traición, destruimos corazones y almas. Hay muchas maneras de matar y nunca nadie está libre de culpa, pues tú has sido verdugo alguna vez, y yo, por supuesto, también. 

Me condenaron por asesinar al cielo, por corromper el ciclo natural. Si algo me ha enseñado mi descendiente celestial es que no se puede controlar lo que no depende de nosotros ni de nuestras circunstancias. Tampoco se puede encapsular al cielo por egoísmo y, si uno dispara hacia arriba, que procure llevar consigo una toalla y jabón. 

03/12/2022

He adoptado un monstruo. (Serie 1).

Me espera en mi habitación con la luz apagada. Cuando me escucha caminar por el pasillo la enciende y se me queda mirando. Como ya no me apetece observar la rojez aterradora de sus ojos, no lo hago -de todas formas no me obliga-. Me desvisto despacio y observa mi piel repleta de cicatrices y moretones. A veces le cuento cómo me ha ido el día, aunque en general suelo revivir los mismos estados anímicos de siempre: el vacío, la angustia, la tristeza y la rabia. Me siento frente a él dándole la espalda y me empieza a deshacer las trenzas. Se me quedan trozos de su piel despellejada en el pelo y me lo sacudo. Supongo que es un poco lo habitual. Ya me he acostumbrado a la presencia de esta sombra, de este doppelgänger mío. A ojos de la sociedad este hecho es bastante escalofriante, raro e inusual. Me zarandean y me gritan horrorizados: "¿cómo se te ocurre adoptar a un monstruo? ¿tú estás loca?". Para ellos cualquier cosa que se salga de su cuadrícula mental o moral es criminalizado. Sin embargo si adoptara a un suave perrito sería una persona excelente y animalista; y si adoptara a un niño la gente no tendría palabras suficientes para ensalzarme. Pero no es ni un perro ni un niño, sino un monstruo que aunque no difiere mucho de los seres humanos, paradójicamente a veces hasta les tiene miedo y se cobija en mi regazo. 

Mi monstruo y yo tenemos una relación peculiar: él no vive sin mí, pues de mí es de quien se alimenta. Pero yo querría vivir sin él, sin mi malogrado Frankenstein, sin esta pequeña aberración natural. Sin embargo mi estimado adefesio me acompaña a todos los lugares, aleja de mí a personas maravillosas, me hace sentir triste y me priva de hacer cosas divertidas. Es una relación como la de cualquier mundano con su monstruo cuellicorto (más conocido como hijo), la única diferencia es que las personas alaban a los hijos ajenos, aunque sea con mentiras. Cuando rara vez llegan invitados a mi casa les presento a mi monstruo y tardan exactamente 0,2 segundos cronométricos en salir corriendo. A veces me gustaría que comprendieran por qué vive aquí conmigo y por qué llora lágrimas verdes cada vez que percibe un gesto de desprecio por parte de cualquier persona.

Me juraba a mí misma cada día que eso tenía que acabar, que no podía seguir así. Ya me había acostumbrado tanto a él que ni siquiera le tenía miedo. Así que de una forma frívola que caracteriza más a los humanos que a los monstruos, intenté deshacerme de él muchas veces: lo abandonaba en la carretera, en la calle, lo sumergía en el río, lo encadenaba en el sótano... pero siempre encontraba la manera de volver hasta mí. Estamos ligados por una cadena de hierro ardiente. Tras muchos intentos fallidos por romperla, por remediar lo irremediable y, asumiendo con pesar mi destino, he puesto un cartel en la puerta de mi domicilio: "tengo un monstruo. Posiblemente él tenga más miedo de usted que usted de él. Acéptelo o no haga sonar el maldito timbre".

15/11/2022

El llanto de las ninfas.

Las ninfas del bosque de la desolación ya no cantan sus joviales canciones, ahora sólo lloran. Su llanto es tan conmovedor que hasta las flores se marchitan y a los árboles se les caen las hojas. Me gustaría decir, si no es mucha molestia, que fui enviada allí. El bosque estaba situado entre dos ríos (lo que nos sumerge una vez más en la ineludible dualidad de nuestro plano): el primero era caudaloso, tenía el agua más cristalina que han divisado mis pupilas. El segundo no se asemejaba siquiera a un riachuelo: su agua, sucia y marrón, arrastraba toneladas de basura. La peculiaridad de ese lugar era que, según testificaban los habitantes del pueblo más cercano, cuando caía el Sol moría cualquier resquicio de naturaleza, pues ya no corría el viento, no fluían los ríos, no había animales merodeando el entorno; sólo se escuchaba una cosa: el llanto de las ninfas. 

Nadie (excepto los individuos más curiosos) se atrevía a penetrar el bosque cuando oscurecía, pues según las arcaicas habladurías que hasta hoy perduran, la noche representa el mal: con ella llegan los depredadores, el frío, las brujas, la oscuridad y el descenso al delirio; sin embargo con el día llega el Sol, con el Sol llega la luz, con la luz la información, con la información el saber, y con el saber la conciencia. Pude corroborar que los rumores eran ciertos la primera noche que anduve bajo la Luna de ese lugar. Los llantos provenían de todas las direcciones en un sonido binaural, un sonido tan intenso y fulminante que se te inyecta por un tímpano y sale por el otro como si te atravesara una bala de extremo a extremo. Entonces me adentré intentando localizar los lugares de donde provenían, pero con lo único que me topé fue con la luz de la Luna en todas las direcciones. No comprendía por qué no lograba encontrar nada, por qué el ambiente estaba tan paralizado, tan congelado en el tiempo como cuando la angustia te oprime el pecho y sientes que tu sangre ya no fluye. En todos los rincones sólo me topaba con mi sombra. Sentía que caminaba en bucle, volviendo una y otra vez hacia los mismos lugares. Ya no intentaba buscar a las ninfas para que me dieran respuestas de por qué yo estaba ahí de forma involuntaria, ahora tenía un propósito más egoísta: huir de allí. Pero estaba tan absorbida por la maleza y la oscuridad que los pensamientos más desquiciantes comenzaron a retumbar en las paredes de mi cráneo con una fuerza casi abrumadora. Pude verme abandonada a mi mala suerte, atrapada entre el frío y la hiedra. Entonces pensé en mí, en mi vida, en la insignificancia de vivirla. Nadie estaba conmigo en la civilización y nadie lo estaría en la naturaleza. Siempre andaba persiguiendo propósitos que eran completamente inútiles e insustanciales, mucho más que el de perseguir unos llantos. Pero lo curioso de ello es que estaba en ese bosque porque era allí donde enviaban a las personas tristes, a las disfuncionales para la sociedad: el lugar de los juguetes rotos, el lugar al cual ibas con la mente ya frágil por la aspereza de la vida, pero que te absorbía tanto que te rompía en pedazos. Las lágrimas comenzaron a brotar solas de mis ojos y un llanto desconsolado inundaba el ambiente. Así permanecí llorando noche tras noche tras noche, bajo la luz de la misma Luna, mientras que las personas más valientes seguían curioseando entre la maleza del bosque de las ninfas, intentando localizar sus desconsolados llantos. Los días se hicieron semanas, las semanas meses y los meses años. Y, cuando ya lloré lo suficiente, me di cuenta de que me había fortalecido tanto que tenía que poner remedio a ese lugar, pues seguían llegando oleadas de forasteros: mentes curiosas buscando sentir algún tipo de adrenalina, aunque yo los llamo "voyeurs del sufrimiento". ¿Qué misterio tenían unos simples llantos mas que verificar el mito y nutrir la emoción de las mentes estables? Ellos van allí a divertirse porque saben cómo salir, porque no se enredan en lo oscuro, porque su mente no se desploma cuando cae el Sol.

Como las sirenas hipnotizaban a los marineros con sus cantos, yo atraía a los forasteros con mis llantos. Ellos celebraban cuando me veían: "¡qué pasada, es cierto, es cierto. La leyenda de las ninfas es cierta!" pero cuando me miraban a los ojos se les borraba aquella molesta sonrisa, pues mis ojos reflejaban la miseria futura de sus vidas: la muerte de sus seres queridos, la abrupta ruptura con sus parejas, la quiebra económica, la destrucción terrenal. Todo lo puro se acaba ensuciando en algún momento, en algún punto de la historia. Nunca subestimes a una ninfa.

26/09/2022

Secuencias cínicas.

«Yo no quiero talar el árbol que nos ata a la vida, ni caminar contigo bajo un Sol sin aura, ni que me chupes la sangre. No quiero odiar sin causa aparente y, por sobre todas las cosas, no quiero asumir que «felicidad» y «plenitud» son conceptos de mentira, ¿verdad? Contigo me siento como cuando el gato vomita el pelo que se lame, justo así. Eres nocivo y por eso te dejo».

Eso estaba escrito en la nota que te dejó tu ex pegada a la nevera, dentro de la cual sólo había alcohol barato y dos limones pudriéndose. Si te paras a pensar, no es tan difícil expresarse, ¿cierto? ¿o es que no sabes abrirte el alma y dejar que drene? ¡no sabes! No hace falta estudiar medicina para ello, hace falta ir a urgencias y gritar: "¡doctor, me estoy muriendo!". Y la conversación fluirá un poco así:

«-¿Qué tienes? ¡Eres demasiado joven para morir!
+Tengo la mente enferma, necesito dejar de pensar y soltarlo todo.
-Pero no hay operaciones para eso, muchacho.
+Sí, antes sí había. Eran conocidas como lobotomías, ¿es que ya no se hacen?
-No.
+Ah bueno, llego un par de siglos tarde, disculpe».

A esto se le llama hablar sin preámbulos. Entonces quieres encontrarle un sentido y no lo tiene, el doctor también quiere y no lo tiene; cuando se reúna con su esposa le contará el suceso y ésta querrá encontrarle un sentido y tampoco lo tiene. "Vaya loco", pensarán. Al llegar a casa quieres abrirte la cabeza con un picahielo pero sabes que no puedes porque sería muy arriesgado. Al final dibujas y coloreas simulando que es sangre, pero por desgracia es tinta del bolígrafo rojo, y ahí te pones a pensar en lo visceral que es todo lo que se te cruza por la mente mientras suena cualquier disco que ahora mismo alguien odia. La melodía te absorbe y se te prende una luz dentro del cerebro. Joder, ¿por qué no te has dado cuenta antes? ¿no sabes delirar bien? Te levantas, caminas, entras en una farmacia y la conversación transcurre así:

«+Señorita, necesito medicación para la mente.
-Tenemos una gama nueva de productos naturales, sin químicos, para relajar y alcanzar un sueño reparador.
+Señorita, le estoy diciendo... que necesito matar la mente, delirar con psicodélicos, ¿es usted tonta o qué?».
 
Enfurruñado te diriges a un parque, a ver si con suerte puedes estrangular a unos cuantos patos del estanque. Te sientas en un banco pintado de corazones con iniciales de parejas que probablemente hoy en día se odian. A tu lado ves a un anciano con zapatillas de abuelo y el pelo teñido de blanco sin necesidad de haber malgastado el dinero en peluquerías. Éste, con una voz más ronca que un cocainómano rockero, te dice:

«-Joven, la vida es un paseo en trineo, pero a mí ya me queda poco, ni siquiera puedo respirar bien.
+Pues yo no encuentro anestesia mental, vaya día llevamos...
-¡Los jóvenes de hoy en día no aguantan nada, no son valientes!
+¿Quiere usted ser hoy el menú especial de esos putos patos?
-Voy a llamar a la policía, maleducado».

Pasados diez minutos suenan sirenas y se te acercan dos policías corpulentos a darte lecciones de moral, como si ellos hicieran algo más que sembrar miedo y violencia. 

«-Muchacho, debe usted respetar a los mayores.
+Glorificar a los mayores sólo porque tienen la carne arrugada y pensamientos de antaño es el mayor absurdo. Además ustedes los desahucian y apalean sin escrúpulos, pero claro, yo sólo soy un simple ciudadano sin autoridad, entonces soy el violento, ¿verdad?».

De nuevo vuelves a casa más amargado que cuando saliste. Está a punto de caer la noche y piensas que la mejor opción para cenar es vino caducado, a ver si es cierto que el estómago cría gusanos. Pero bueno, algo es algo, ya que mariposas no pueden ser. Te preguntas si venderán mariposas enlatadas y acto seguido carcajeas, qué cosas tienes. Entonces suena tu móvil, es un mensaje de la persona especial que estás conociendo. Quizá esta vez pueda salir algo bien, quizá vaya a funcionar, pues pareces importarle y parece ofrecerte kilos de mariposas en bolsa. Comienzas a leerlo:

«-Oye, lo siento. He estado pensando. Eres muy interesante, inteligente, gracioso, atractivo y dulce, pero...
+Pero».

Suspiras y, decepcionado, arrojas el móvil a la basura porque la historia ya te la conoces, ya sabes lo que viene. Otra vez. Perooooooo... tocan a la puerta y te entregan un paquete. Oh dios, qué será. Lo abres y resulta ser un trasto estúpido de un euro de AliExpress (el cual ni recordabas que habías añadido al carrito hace semanas) y mientras lo miras, piensas: "todos somos contingentes, pero esta mierda es la única necesaria".

06/09/2022

Metáfora de cómo me siento blablabla.

Voces desgarradas a lo lejos.
Dentro mi mente canta para no escuchar ni escucharse.
¿Qué particular manía es esa?
Parece que tengo bombas en las sienes.
Dice mi manuscrito que el Yo es la metafísica que nos condena a la Tierra,
el Otro es el lazo que hay que romper.
Intolerancia del Yo, cansancio del Otro.
No quiero ser esto, tengo disforia mental.
Tiemblo bajo un árbol hueco y centenario.
Tengo vendas en las rodillas ensangrentadas y busco un desierto para morir.
Quiero morir donde todavía quede un ápice de oxígeno,
donde no se escuchen gritos ni sonidos violentos.
Quiero morir imaginando el oasis que nunca tendré.
Quiero morir, quizá, a manos de un forajido que muerda mi piel;
sería mejor eso que morir en cualquier guerra de la mente.
Ese forajido me propondrá hacer un pacto y rajará la palma de mi mano.
O quizá lo obligaré yo.
Ese pacto será como un sello de muerte sin juramentos,
ya que las palabras son humo que se inyecta en los pulmones y los ennegrece.
Nunca busco culpables, sólo necesito entendimiento.
Entender, razonar, racionalizar el por qué.
Por qué las cosas son como son, por qué me siento de esta forma.
Por qué las personas no comprenden que me vacío, que soy 70% veneno.
Dibujo formas, maneras de contarlo.
El sastre me cosió los ojos y la boca cuando yo sólo quería lucir un vestido bonito;
se podría decir que ahora luzco uno, pero es harapiento.
El aire está sobrecargado de angustia, el río ya no augura nada bueno.
La noche está tan oscura que ya no se divisan estrellas para guiar a los errantes del camino.
Ya no llegan juglares ni enamorados, ni piratas satisfechos con sus acciones.
Las cartas están en blanco porque no hay sentimientos.
Las curanderas están muertas y los arqueros se han clavado flechas en los ojos.
El tesoro ha sido saqueado y los barcos quemados para no ser encontrados nunca.
No hay caza de brujas, hay caza de ideas; esto ha sido así desde siempre.
Hay una catedral que se está desmoronando y ya nada es seguro, sagrado o puro.
En el pueblo todo es caos, pues dicen que ha llegado la hora.
Contempla a lo lejos cómo todo arde, cómo todos se desafían en duelo.
Agarra entonces mi mano, forajido, y vámonos de aquí dejando un rastro de gotas de sangre a nuestro paso.

07/08/2022

La persistencia del insomnio y cómo derrite el reloj.

Como individuos debemos de cumplir una serie de necesidades fisiológicas para lograr subsistir, o quizá más que subsistir diría "ser funcionales", por mucho que odie ese concepto. ¿Pero qué sucede cuando una o varias de esas necesidades flaquean y no se pueden llevar a cabo de una forma íntegra? Ocurre que algo se deforma, pues los cimientos no se sostienen y hay un derrumbe catastrófico dentro de uno mismo. En este caso hablaré de dormir: esa maravillosa experiencia de confort que se asemeja a estar muerto, que proporciona descanso, reparación y, además, si tienes una imaginación vívida como yo, unos sueños dignos de haber tragado alucinógenos (me pregunto qué pensaría Freud de ellos). ¡Dormir me gusta tanto y sin embargo a veces se me da tan mal!

A continuación cito a Cioran (uno de mis autores favoritos e insomne por excelencia):

«El insomnio es una experiencia extraordinariamente dolorosa, una catástrofe. Pero te hace comprender cosas que los otros no pueden comprender: te coloca fuera de la esfera de los vivos, de la humanidad. Estás excluido. Te acuestas a las ocho de la noche y al día siguiente te levantas e inicias tu jornada. ¿Qué es el insomnio? ¡A las ocho de la mañana estás exactamente igual que a las ocho de la noche! No hay progreso alguno. No hay sino esa inmensa noche que está ahí. Y la vida sólo es posible mediante la discontinuidad. Por eso soporta la gente la vida, gracias a la discontinuidad que da el sueño. La desaparición del sueño crea como una continuidad funesta. Tienes un solo enemigo: el día, la luz del día».

Creo que nadie es capaz de definirlo tan bien como él. Ahora os estaréis preguntando (o muy probablemente no) qué es para mí el insomnio. Para mí se asemeja al cuadro surrealista de Dalí: "La persistencia de la memoria", pues en esas infernales noches no sólo siento que el reloj se derrite y se desvanece, sino que también lo hace mi mente. Creo que la mente es como una bomba de relojería (al menos la mía), pues en la gran mayoría de ocasiones no he necesitado más alarma que ella. Si me tengo que despertar a las 8:00, Mente se despierta casi dos horas antes. Si me quiebro emocionalmente antes de dormir, ten por seguro que Mente no duerme. A veces simplemente no pasa nada previamente. Aunque no todas las noches desciendo a la desesperación, pues la mayoría de ellas Morfeo me trata bien, pero en numerosas ocasiones me odia. Soy consciente de que hubo un tiempo hace años en que provoqué mi propio insomnio, forcé a mi cerebro, rompí las cadenas del descanso, maté a Morfeo y quizá ahora se esté vengando de mí; pero esa es otra historia de terror para contar y ahora mismo no voy a hacerlo.
En épocas insomnes me pesan los párpados y necesito dormir, pero la maldita mente no se calla. La maldita empieza a delirar, a tener pensamientos fuera de órbita, y entonces yo sólo ansío arrancármela y estamparla en la pared hasta decorarla con mis sesos. Procedo a dar vueltas y vueltas en la cama como una espiral. Pasa una hora, otra y otra más. Hasta que veo un jodido rayito de sol entrar por la ventana y pienso: "¡por fin se acabó esta tortura!". Habría que celebrar el sobrevivir a las noches de insomnio, no el cumplir años. Entonces es cuando me levanto con taquicardia, me miro al espejo y no sé si soy yo o la muerta más fresca del cementerio. Tengo unas ojeras inmensas, pesadez de cabeza y los ojos inyectados en sangre. No sé si camino o levito. Ahí, si aún conservo la capacidad de reflexionar, me doy cuenta de que tendré que fingir durante todo el desdichado día que contengo la energía suficiente como para aguantarlo. Porque sí, tus necesidades fisiológicas importan tan poco que el mundo no se va a parar por tu malestar. Entonces las personas te dicen que necesitas relajarte más y dejar de pensar. ¿Estás nerviosa? ¿has tenido ansiedad? "¡Culpa tuya por malcriar así al cerebro!", te reprocharán los que carecen de inteligencia emocional. "¿Has probado a meditar?", te sugerirán los más místicos. "¿Has tomado pastillas?", te recetarán los científicos. 
Después de todo eso, ya ha pasado un tiempo y por fin sale la luna a palidecer las calles. Estoy tan cansada... pero sin embargo, lo que más me cansa es el intentar volver a descansar, pues no quiero volver a la pesadilla consciente. ¿Y qué hacer si no? 
El cerebro vuelve a desobedecerme y otra vez quiero estamparlo y otra mañana veo a la muerta del espejo aún más muerta y tengo que fingir. La habitación está contaminada de miasma.
El insomnio es contar las horas, es la incertidumbre de no saber si vas dormir la mitad, la noche completa o no dormir en absoluto; el insomnio es la neura del insomne. Aunque no todo es drama, a veces sé que consigo dormir porque sueño (no deliro), pero aún así no es suficiente. ¿Y si lo intento con pastillas? A ratos cumplen su función, pero al día siguiente arrastro una pesadez y una somnolencia como si llevara cadenas en los pies, además del intenso bombeo del corazón. ¿Y si mejor lo intento dándome un tiro en la cabeza? Así todos descansamos.

01/08/2022

Una serpiente llamada Saphira.

Una estaca en el corazón yo tengo, firme y fuerte, bien anclada. Una estaca en el corazón me clavé con sublime minuciosidad, como si yo fuera la madre de todos y cada uno de los demonios del Inframundo, como si quisiera oscurecer la Tierra y corromper al ser humano (¿acaso no era ese mi propósito?). No hay verdugos ni individuos a los que culpar esta vez, pues yo misma atravesé el epicentro de mi corazón con un golpe sigiloso pero firme. El resultado fue preciso, la serpiente siseó y de mi boca emanaron estos vocablos (guionizados, por supuesto):

"¡Quiero ser la madre del mal, quiero gobernar la oscuridad, observar con soberbia al mundo ya negro y quemado donde no hay más dolor; pues no podrá haberlo porque no existirán mentes para pensar ni corazones para sentir, ya que los habré matado y me los habré comido todos. Y así venceré a Dios y lo derribaré de su trono sangriento para gobernar en su lugar!"

En ese momento de éxtasis al pronunciar esas jugosas palabras, mis pupilas se dilataron como las de una gata en la oscuridad, la sangre tibia subió por mi garganta tan rápido que cuando quise darme cuenta estaba empapando mi boca, recorriendo mis labios, bajando por mi cuello y goteando en el suelo.
Estoy alimentándome de mí, yo soy mi propio veneno. Es tan delicioso que no quiero parar, pero sin embargo vomito sangre, me tambaleo, camino trémulamente y río con malicia alzando los brazos hacia un cielo de plástico. Me siento tan delirante que mis ojos se ponen en blanco y en la esclera se dibujan escrituras en sumerio. Llevo clavada una estaca y nadie se ríe, todos están como petrificados, sin embargo soy yo quien se muere de risa.
Sé que a ellos en el fondo les encanta ver mi sonrisa de color carmesí al igual que a mí me encanta este juego, pero intuyo que Saphira está alterada. Yo que estoy unida a ella, yo que la mantengo bajo llave como una preciosa alianza, la siento correr por mis venas como una descarga eléctrica. Seguramente quiera enredarse en mi cuello y asfixiarme con su cuerpo, lo cual puede que permita porque quiero dar visibilidad a otro grotesco espectáculo.

Al fin me retiro la estaca de madera afilada y ya podrida, me baño en mi sangre, araño las paredes, dejo la marca de mis uñas, maldigo con lenguajes tan ocultos como los secretos más oscuros de este universo, pienso que estoy maldita y me lo creo, me vuelvo a reír, fumo, vomito, me araño, juego con los demonios, castigo a los ángeles y después lloro.
Lloro porque no quiero otro destierro, lloro porque estoy cansada, lloro porque me hicieron conocer el Infierno y ahora no sólo no quiero salir de él, sino dominarlo. Lloro porque es desquiciante esquivar tanto tiempo a la Muerte. Lloro porque soy muchas cosas y a la vez ninguna. No soy nadie. Soy todo. No soy nadie. Soy todo.
Soy una caminante nocturna, la que solloza en un callejón para atraerte, embaucarte y rebanarte el cuello a la primera de cambio; pero también soy escoria cósmica, un error de la selección natural.
Mientras toda esa oleada de sentimientos acontece yo me pregunto si habrá alguna cura para estacas en el corazón y el hueco insondable que han dejado en mí. Además como acto de... ¿caridad, quizás? ofrezco gratis el poner el ojo y observar a través del hueco, así verán el Infierno y todos los secretos ocultos de tiempos inmemorables.
Ahora lo que quiero que ocurra es que se enciendan las luces mientras las personas me gritan que he traumado a sus hijos y les devuelva el dinero de la entrada. Quiero que no me quieran en el espectáculo circense y que protesten por tener enjaulada a una serpiente rabiosa y moribunda.
Entonces me levanto, miro el escenario ensangrentado y reconozco que ese teatro está abandonado desde hace décadas. Eso es lo que ocurre en realidad, que sólo el moho ha presenciado un atroz espectáculo. Nadie ha escuchado, nadie ha prestado atención, nadie ha visualizado, todo era un delirio (¿otro?). Pero lo que más me aflige de todo eso es darme cuenta de que no he traumado a ningún monstruo cuellicorto y que, en el fondo, sólo somos Saphira y yo. ¿O es una lucha constante entre ambas porque ella soy yo y yo soy ella?