Náusea de la Nada
31/03/2024
Gritósfera gutural.
21/03/2023
El mundo como delirio y representación.
A Schopenhauer por inspirarme con el título.
–Tal vez el mundo sólo es un delirio que existe en la mente de un loco. Estamos incrustados cual cristal en el cerebro de un ser primigenio, es decir, el primer demente de todos, el verdadero. Su cerebro chorrea sangre a borbotones, su enfermedad no sana, y debido a ello todo es infección. Somos su fantasía perversa, sus títeres, las bacterias en sus heridas; por eso cuando tambalea su cabeza, tambalea nuestro mundo. Por eso cuando deja de medicarse ocurren muchas catástrofes en este plano. ¿Y quién es, pues, ese ser lunático? No quiero decir que es Dios, ya que la locura es demasiado bella para que la goce Dios, pero tampoco puedo decir que el mundo es tan bello como la locura, porque no me gusta mentir. Es más, fue el loco quien creó a ese tal Dios para que la humanidad se vuelva loca en el sentido más inútil de la palabra: dale a la humanidad una mentira y delirará durante milenios. La mentira es el motor mediante el cual el demente activa la vitalidad aquí dentro, y lo peor de todo ello es que los humanos creen –siempre creen– que estar vivos es un milagro... ¡un milagro! La paz y la guerra son los dos hemisferios morales en el cerebro del loco, es decir, el bien y el mal, lo blanco y lo negro, lo bello y lo horrendo. Siempre triunfa más este último porque es más perverso y más divertido, por ende, da más juego y más jugo. Las estrellas que observamos en el cielo, los cometas, las galaxias y todo el universo con su escala cromática son sus neuronas interconectándose, la sinapsis de su organismo, sus nervios craneales. Todo el cosmos se formó cuando el loco tuvo una sobredosis de medicamentos y su glándula pineal estalló en un viaje psicodélico de colores y formas. Estamos atrapados en una esfera de cristal que se quiebra pero nunca se rompe ni se abre. No se podría describir el mundo de ninguna otra forma mas que desde conceptos demenciales, pues todo se reduce al absurdo: la trayectoria del ser humano a lo largo de los siglos ha construido una red sistemática que sólo logra satisfacer a unos pocos. Siempre luchan unos contra otros para obtener el primer puesto y el liderazgo, para transformar el mundo a su antojo como si éste les perteneciera... A veces me dan ganas de agarrar del cuello a esos ilusos dirigentes y sumergir sus cabezas en un fango ardiente mientras les grito: "¡miraos, sois tan humanos como yo, ¿entendéis? Sois unos malditos condenados y si os rajo sangráis, no hace falta que alardeéis de bienes ni dirijáis nada, porque os vais a morir, joder. No lo entendéis, no lográis entenderlo como yo lo entiendo... no veis mi visión. El mundo seguirá su curso y nadie podrá hacer nada por él cuando estemos bajo tierra, ni siquiera vuestros descendientes. Es inútil hacer algo por esta esfera que sólo existe en la mente de un loco. Todo por lo que os esforzáis es en vano. Ojalá el loco se diera un tiro, así el planeta sería atravesado por una gran bala de fuego. Si no, tendríamos que inmolarnos nosotros. Debemos extinguirnos para que el loco sane o se muera de abstinencia, sí, eso es!" Pero nadie me comprende nunca, es el loco el que nos sumerge en el fango ardiente, y yo no debería estar en esta habitación blanca acolchada porque al loco le importo, ¿verdad, doctor?
12/03/2023
Al alba.
30/01/2023
La Nada tiene náuseas.
Si tus dedos fueran tenedores, yo te ofrecería mis ojos.
¿Y si tengo sed? Me bastaría con tu saliva.
Si tus palabras fueran dagas, yo me cortaría.
Si tus pasos condujeran a mundos infernales, yo te seguiría.
Si tus manos destrozaran todo lo que conozco, yo sobreviviría entre ruinas.
08/01/2023
He adoptado una nube negra. (Serie 2).
+¿Sobre mi vida?
-No, coño, me refiero a una anécdota. Ya que no puedes tener la boca cerrada para dejarme leer el periódico cuéntame... alguna cosa.
+Lo siento, no sé qué decirle.
-¿No tienes anécdotas? ¡No tienes! Entonces te contaré una»:
La única vez que he desplegado mis labios para rezar una oración (no a Dios, sino a un destino impredecible para que todas las circunstancias del tedioso presente me hicieran un favor) fue para que lloviera. Sí, tal cual: deseaba que diluviara, que se desenvolviera en el cielo una tempestad torrencial que arrasara con toda la basura que se amontona sobre la ecúmene, que lloviera tanto que el ambiente se purgara y las plantas se saciaran, tanto tanto que los religiosos creyeran que el falso Apocalipsis se estaba realizando: pues esa tormenta sería mi excelente justificación para no tener que salir a hacer algo que, o bien iba a hacer por compromiso u obligación, o bien tenía pocas ganas de hacer. Pensé: "si no me puedo suicidar, al menos que la vida me dé un poco de tregua, un pequeño y brillante cataclismo".
Y entonces llovió.
Mi deseo, fruto del egoísmo, fue concedido (quién sabe por qué). Llovió durante trece días y trece noches sin parar: limpiando, barriendo y purgando. Todo tal cual lo pedí. Hasta que, lamentablemente, el Sol volvió a salir tan arrogante y molesto como siempre. Pero como obsequio, como un souvenir por realizar tal buen acto al medio ambiente mediante mis súplicas a una Nada inconsistente, una nube negra de tormenta se arraigó a mí. No nació de mi costilla, sino de mi lengua afilada. Ahora aquella nube estaba siempre posada sobre mi cabeza: no importaba la hora, el lugar o la actividad en la que yo estuviera involucrada. Cuando me estaba divirtiendo (eso raras veces sucede) o cuando estaba en medio de una crisis existencial, sus moléculas de agua se acumulaban debido a la energía del ambiente y estallaba contra mí, haciendo que todo ápice de diversión se tornara un caos, calándome hasta los huesos y provocándome fuertes resfriados. Esto sucedía día tras día tras día, impidiéndome así realizar todas las actividades cotidianas. ¿No era esa la excusa que tanto buscaba? Lo positivo de ello es que mis lágrimas lograban camuflarse entre el agua. Me preguntaba si todo aquello era una especie de castigo kármico, aunque no me permito caer en esas creencias, pero en el fondo yo nunca quise hacerme cargo de esa masa negra. En ese punto... ¿qué podía hacer? ¿me quería matar o la quería matar yo a ella?
Un día la llevé a un descampado, el más inhabitable de la zona y, sin compasión ni preámbulos, empecé a dispararle con una pistola de bolitas de goma (hubiera sido mejor una de balas, ya lo sé, pero no estamos en Estados Unidos). Pensaba, inocente de mí, que la nube se desvanecería evaporándose sin más, pero lo que ocurrió es que comenzó a sangrar. Ahora ya no llovía agua, sino sangre. Yo no tenía lugar ni forma donde limpiarme en diez kilómetros a la redonda, así que no tuve más remedio que optar por volver a la civilización. Intenté fijar la mirada en el suelo y pasar desapercibida entre los viandantes que caminaban atendiendo únicamente a su propia vida, o al menos eso quería creer yo. Pero era una ilusa al pensar que nadie se percataría del reguero de sangre que dejaban las suelas de mis zapatos durante todo el camino. En cuanto a mi nube, exprimió toda su sangre contra mí a lo largo del trayecto hasta que por fin se diluyó en el aire.
Cuando me quedaban varios minutos para llegar a mi casa y, sosteniendo las manchadas llaves para por fin abrir la puerta del cubículo de mi tranquilidad, escuché detrás de mí varias sirenas de policía. Las omití, puesto que estaba tan exenta de cualquier cargo como una mariposa en un campo primaveral. Me detuve frente a la puerta de casa: unos movimientos locomotrices más y ya estaba dentro. Para abrirla agarré el tirador de la puerta dejando en él una mancha considerable de sangre. La llave se introdujo sin problema. Ahora sólo quedaba un movimiento más en aquella mecánica tan banal de abrir la puerta, pero de pronto sentí una de mis muñecas apretada detrás de mi espalda y la presencia de un policía respirar tras mi nuca.
-Señorita, queda usted detenida por homicidio. Se le prohíbe pronunciar palabra alguna hasta que no se le asigne un abogado.
Las llaves cayeron al suelo. El uniforme de aquel oficial que me sostenía con brusquedad quedó manchado completamente. Siendo honesta lucía mejor así.
Pensé: "¿homicidio? ¿a quién? ¿por qué?"
Desde luego no ayudaba mi aspecto cubierto de sangre, pero nunca pronuncié ante aquel oficial las típicas frases agónicas de siempre: "yo no he hecho nada, soy inocente, créame", ya que entendí hace mucho tiempo que nadie lo es. Todos somos homicidas en menor o mayor medida: matamos insectos, animales, plantas... incluso el tiempo. Matamos con palabras, con actos, con desprecios, con indiferencias, con morales e ideologías; clavamos puñales cargados de traición, destruimos corazones y almas. Hay muchas maneras de matar y nunca nadie está libre de culpa, pues tú has sido verdugo alguna vez, y yo, por supuesto, también.
Me condenaron por asesinar al cielo, por corromper el ciclo natural. Si algo me ha enseñado mi descendiente celestial es que no se puede controlar lo que no depende de nosotros ni de nuestras circunstancias. Tampoco se puede encapsular al cielo por egoísmo y, si uno dispara hacia arriba, que procure llevar consigo una toalla y jabón.
03/12/2022
He adoptado un monstruo. (Serie 1).
Me espera en mi habitación con la luz apagada. Cuando me escucha caminar por el pasillo la enciende y se me queda mirando. Como ya no me apetece observar la rojez aterradora de sus ojos, no lo hago -de todas formas no me obliga-. Me desvisto despacio y observa mi piel repleta de cicatrices y moretones. A veces le cuento cómo me ha ido el día, aunque en general suelo revivir los mismos estados anímicos de siempre: el vacío, la angustia, la tristeza y la rabia. Me siento frente a él dándole la espalda y me empieza a deshacer las trenzas. Se me quedan trozos de su piel despellejada en el pelo y me lo sacudo. Supongo que es un poco lo habitual. Ya me he acostumbrado a la presencia de esta sombra, de este doppelgänger mío. A ojos de la sociedad este hecho es bastante escalofriante, raro e inusual. Me zarandean y me gritan horrorizados: "¿cómo se te ocurre adoptar a un monstruo? ¿tú estás loca?". Para ellos cualquier cosa que se salga de su cuadrícula mental o moral es criminalizado. Sin embargo si adoptara a un suave perrito sería una persona excelente y animalista; y si adoptara a un niño la gente no tendría palabras suficientes para ensalzarme. Pero no es ni un perro ni un niño, sino un monstruo que aunque no difiere mucho de los seres humanos, paradójicamente a veces hasta les tiene miedo y se cobija en mi regazo.
Mi monstruo y yo tenemos una relación peculiar: él no vive sin mí, pues de mí es de quien se alimenta. Pero yo querría vivir sin él, sin mi malogrado Frankenstein, sin esta pequeña aberración natural. Sin embargo mi estimado adefesio me acompaña a todos los lugares, aleja de mí a personas maravillosas, me hace sentir triste y me priva de hacer cosas divertidas. Es una relación como la de cualquier mundano con su monstruo cuellicorto (más conocido como hijo), la única diferencia es que las personas alaban a los hijos ajenos, aunque sea con mentiras. Cuando rara vez llegan invitados a mi casa les presento a mi monstruo y tardan exactamente 0,2 segundos cronométricos en salir corriendo. A veces me gustaría que comprendieran por qué vive aquí conmigo y por qué llora lágrimas verdes cada vez que percibe un gesto de desprecio por parte de cualquier persona.
Me juraba a mí misma cada día que eso tenía que acabar, que no podía seguir así. Ya me había acostumbrado tanto a él que ni siquiera le tenía miedo. Así que de una forma frívola que caracteriza más a los humanos que a los monstruos, intenté deshacerme de él muchas veces: lo abandonaba en la carretera, en la calle, lo sumergía en el río, lo encadenaba en el sótano... pero siempre encontraba la manera de volver hasta mí. Estamos ligados por una cadena de hierro ardiente. Tras muchos intentos fallidos por romperla, por remediar lo irremediable y, asumiendo con pesar mi destino, he puesto un cartel en la puerta de mi domicilio: "tengo un monstruo. Posiblemente él tenga más miedo de usted que usted de él. Acéptelo o no haga sonar el maldito timbre".
15/11/2022
El llanto de las ninfas.
Las ninfas del bosque de la desolación ya no cantan sus joviales canciones, ahora sólo lloran. Su llanto es tan conmovedor que hasta las flores se marchitan y a los árboles se les caen las hojas. Me gustaría decir, si no es mucha molestia, que fui enviada allí. El bosque estaba situado entre dos ríos (lo que nos sumerge una vez más en la ineludible dualidad de nuestro plano): el primero era caudaloso, tenía el agua más cristalina que han divisado mis pupilas. El segundo no se asemejaba siquiera a un riachuelo: su agua, sucia y marrón, arrastraba toneladas de basura. La peculiaridad de ese lugar era que, según testificaban los habitantes del pueblo más cercano, cuando caía el Sol moría cualquier resquicio de naturaleza, pues ya no corría el viento, no fluían los ríos, no había animales merodeando el entorno; sólo se escuchaba una cosa: el llanto de las ninfas.
Nadie (excepto los individuos más curiosos) se atrevía a penetrar el bosque cuando oscurecía, pues según las arcaicas habladurías que hasta hoy perduran, la noche representa el mal: con ella llegan los depredadores, el frío, las brujas, la oscuridad y el descenso al delirio; sin embargo con el día llega el Sol, con el Sol llega la luz, con la luz la información, con la información el saber, y con el saber la conciencia. Pude corroborar que los rumores eran ciertos la primera noche que anduve bajo la Luna de ese lugar. Los llantos provenían de todas las direcciones en un sonido binaural, un sonido tan intenso y fulminante que se te inyecta por un tímpano y sale por el otro como si te atravesara una bala de extremo a extremo. Entonces me adentré intentando localizar los lugares de donde provenían, pero con lo único que me topé fue con la luz de la Luna en todas las direcciones. No comprendía por qué no lograba encontrar nada, por qué el ambiente estaba tan paralizado, tan congelado en el tiempo como cuando la angustia te oprime el pecho y sientes que tu sangre ya no fluye. En todos los rincones sólo me topaba con mi sombra. Sentía que caminaba en bucle, volviendo una y otra vez hacia los mismos lugares. Ya no intentaba buscar a las ninfas para que me dieran respuestas de por qué yo estaba ahí de forma involuntaria, ahora tenía un propósito más egoísta: huir de allí. Pero estaba tan absorbida por la maleza y la oscuridad que los pensamientos más desquiciantes comenzaron a retumbar en las paredes de mi cráneo con una fuerza casi abrumadora. Pude verme abandonada a mi mala suerte, atrapada entre el frío y la hiedra. Entonces pensé en mí, en mi vida, en la insignificancia de vivirla. Nadie estaba conmigo en la civilización y nadie lo estaría en la naturaleza. Siempre andaba persiguiendo propósitos que eran completamente inútiles e insustanciales, mucho más que el de perseguir unos llantos. Pero lo curioso de ello es que estaba en ese bosque porque era allí donde enviaban a las personas tristes, a las disfuncionales para la sociedad: el lugar de los juguetes rotos, el lugar al cual ibas con la mente ya frágil por la aspereza de la vida, pero que te absorbía tanto que te rompía en pedazos. Las lágrimas comenzaron a brotar solas de mis ojos y un llanto desconsolado inundaba el ambiente. Así permanecí llorando noche tras noche tras noche, bajo la luz de la misma Luna, mientras que las personas más valientes seguían curioseando entre la maleza del bosque de las ninfas, intentando localizar sus desconsolados llantos. Los días se hicieron semanas, las semanas meses y los meses años. Y, cuando ya lloré lo suficiente, me di cuenta de que me había fortalecido tanto que tenía que poner remedio a ese lugar, pues seguían llegando oleadas de forasteros: mentes curiosas buscando sentir algún tipo de adrenalina, aunque yo los llamo "voyeurs del sufrimiento". ¿Qué misterio tenían unos simples llantos mas que verificar el mito y nutrir la emoción de las mentes estables? Ellos van allí a divertirse porque saben cómo salir, porque no se enredan en lo oscuro, porque su mente no se desploma cuando cae el Sol.
Como las sirenas hipnotizaban a los marineros con sus cantos, yo atraía a los forasteros con mis llantos. Ellos celebraban cuando me veían: "¡qué pasada, es cierto, es cierto. La leyenda de las ninfas es cierta!" pero cuando me miraban a los ojos se les borraba aquella molesta sonrisa, pues mis ojos reflejaban la miseria futura de sus vidas: la muerte de sus seres queridos, la abrupta ruptura con sus parejas, la quiebra económica, la destrucción terrenal. Todo lo puro se acaba ensuciando en algún momento, en algún punto de la historia. Nunca subestimes a una ninfa.
26/09/2022
Secuencias cínicas.
06/09/2022
Metáfora de cómo me siento blablabla.
Dentro mi mente canta para no escuchar ni escucharse.
¿Qué particular manía es esa?
Dice mi manuscrito que el Yo es la metafísica que nos condena a la Tierra,
Intolerancia del Yo, cansancio del Otro.
No quiero ser esto, tengo disforia mental.
Tiemblo bajo un árbol hueco y centenario.
Tengo vendas en las rodillas ensangrentadas y busco un desierto para morir.
Quiero morir donde todavía quede un ápice de oxígeno,
Quiero morir imaginando el oasis que nunca tendré.
Quiero morir, quizá, a manos de un forajido que muerda mi piel;
Ese forajido me propondrá hacer un pacto y rajará la palma de mi mano.
O quizá lo obligaré yo.
Ese pacto será como un sello de muerte sin juramentos,
Nunca busco culpables, sólo necesito entendimiento.
07/08/2022
La persistencia del insomnio y cómo derrite el reloj.
Como individuos debemos de cumplir una serie de necesidades fisiológicas para lograr subsistir, o quizá más que subsistir diría "ser funcionales", por mucho que odie ese concepto. ¿Pero qué sucede cuando una o varias de esas necesidades flaquean y no se pueden llevar a cabo de una forma íntegra? Ocurre que algo se deforma, pues los cimientos no se sostienen y hay un derrumbe catastrófico dentro de uno mismo. En este caso hablaré de dormir: esa maravillosa experiencia de confort que se asemeja a estar muerto, que proporciona descanso, reparación y, además, si tienes una imaginación vívida como yo, unos sueños dignos de haber tragado alucinógenos (me pregunto qué pensaría Freud de ellos). ¡Dormir me gusta tanto y sin embargo a veces se me da tan mal!
01/08/2022
Una serpiente llamada Saphira.
Una estaca en el corazón yo tengo, firme y fuerte, bien anclada. Una estaca en el corazón me clavé con sublime minuciosidad, como si yo fuera la madre de todos y cada uno de los demonios del Inframundo, como si quisiera oscurecer la Tierra y corromper al ser humano (¿acaso no era ese mi propósito?). No hay verdugos ni individuos a los que culpar esta vez, pues yo misma atravesé el epicentro de mi corazón con un golpe sigiloso pero firme. El resultado fue preciso, la serpiente siseó y de mi boca emanaron estos vocablos (guionizados, por supuesto):
Estoy alimentándome de mí, yo soy mi propio veneno. Es tan delicioso que no quiero parar, pero sin embargo vomito sangre, me tambaleo, camino trémulamente y río con malicia alzando los brazos hacia un cielo de plástico. Me siento tan delirante que mis ojos se ponen en blanco y en la esclera se dibujan escrituras en sumerio. Llevo clavada una estaca y nadie se ríe, todos están como petrificados, sin embargo soy yo quien se muere de risa.
Al fin me retiro la estaca de madera afilada y ya podrida, me baño en mi sangre, araño las paredes, dejo la marca de mis uñas, maldigo con lenguajes tan ocultos como los secretos más oscuros de este universo, pienso que estoy maldita y me lo creo, me vuelvo a reír, fumo, vomito, me araño, juego con los demonios, castigo a los ángeles y después lloro.