¿Quieres que grite? Pues vale, grito. Si quieres que lo haga, lo hago. Te juro que lo hago. Te prometo que cada segundo que pase yo estaré gritando, que cada partícula de aire llevará consigo el vibrato de mi voz angustiada. Quieres que no pare y efectivamente no paro, quieres que me duela y verdaderamente me arde la garganta porque tú quieres que grite y porque quieres que no pare. Y en el momento en que lo hago, que paro (ni siquiera para descansar, sino para tomar aire, seguir gritando y gritar mejor), es el momento en que me dices: "para gritar también hay que descansar". Y yo no te creo y tú tampoco te crees. El segundo en el que no grito de repente estoy gritando. A veces mientras grito pienso en mi garganta y otras en parar, y me vienes tú a la cabeza como si estuvieras poniéndote un dedo sobre los labios y diciéndome que me calle, aunque todos sabemos que no quieres que lo haga porque si lo hago respiro. Cuando sólo exhalo aire y se me olvida que lo tengo que inhalar es cuando te das cuenta de que ya no puedo parar de gritar aunque no respire y me sangre la garganta, de que llevamos toda la vida alzando la voz al sol como si fuera lo único que brilla, y de que me voy a pasar la vida entera gritando aunque nunca consiga tener nada que decir. ¡Shhh...!
Sin sufrimiento no podríamos pagar nuestras deudas.
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