«Si ha llegado hasta aquí por sus propios medios quizá es que desea sumirse por completo en la miseria y experimentar el gozo o la desgracia de no tener alma. No se preocupe, estas palabras no derivarán en un discurso condescendiente: usted no nos importa en absoluto, solamente le advertimos que, una vez haya iniciado el juego o se haya sentado en la mesa de las personas que lo iniciaron, no deberá abandonarlo ni incumplir sus reglas. Por poder claro que puede hacerlo, pero a nuestro invitado especial no le gusta que le hagan perder el tiempo, por lo que, si eso sucede, las consecuencias serán la corrupción de todas sus capacidades cognitivas junto con una progresiva aniquilación de las mismas, convirtiéndolo aún más en un vegetal viviente atrapado dentro de su propio cuerpo. ¿Querrá ser un parásito más del manicomio sobre una silla de ruedas sosteniendo la mirada perdida? Aunque nunca se sabe, vamos a suponer que no. Estaremos vigilándolo de cerca (como antes de haber entrado aquí). Disfrute de su estancia. Por cierto, puede elegir entre tomar vino o whisky».
Sin duda era un mensaje alentador de bienvenida que sumaba adrenalina a la incertidumbre del lugar. Poniéndome al día con mi viejo conocido me contó que, tomándolo como una simple broma, acababa de utilizar la peculiar Ruleta del Infortunio, de ahí el reflejo de horror en su cara cuando lo vi al entrar. Al darse cuenta de que no ganó ni un dólar, se dispuso a irse, pero lo retuvieron en aquella mesa a punta de pistola con el pretexto de que el invitado especial estaba a punto de llegar. La ruleta constaba de seis casillas azarosas: tres de ellas contenían el símbolo del dólar y las tres restantes el símbolo del Diablo. La observé con detenimiento, percatándome de que la casilla ganadora de esa mesa era la del Diablo. El camarero se volvió a acercar y, con suma delicadeza, nos entregó a cada uno un fino librito cuyo título era: "Cómo jugar al póker con Satanás (guía extendida)".
Ni siquiera nos dio tiempo a abrir la guía cuando apareció por la puerta un sujeto muy elegante, trajeado, repeinado y con aires de cinismo y maldad. Sus pupilas eran rojas, sus afilados colmillos estaban tallados en un oro impecablemente reluciente y sus largas uñas negras eran garras feroces de animal. ¿Era ese Satanás? Cuando se sentó a nuestro lado, se detuvo la música clásica que estaba sonando en un vinilo y comenzó a sonar en bucle la siguiente grabación: «¿sabes qué me anima cuando estoy hecho polvo? Un full de ases y reyes. Desplumar a turistas estúpidos que sólo saben subir la apuesta. Tener pilas de fichas tan altas que no veo al de delante. Jugar toda la noche sin límite en el TAG, donde la arena se convierte en oro».
Sin más preámbulos y tras unos breves saludos, nos obligó a jugar al póker en modo TAG (selectivo y agresivo). Mi acompañante y yo no éramos unos expertos en el juego pero nos sabíamos manejar, aunque a medida que pasaba el tiempo ese cabrón cínico y repelente nos estaba dejando sin mucho que apostar. Finalmente, tras tres rondas perdidas, ya me había quedado sin dinero, así que negocié con nuestro oponente. Satanás me miró, acarició mi mejilla con sus uñas haciéndome un suave corte y, mientras se relamía el dedo bañado en mi sangre, dijo:
–¿Tan poco acostumbrada estás a resistir? Lo que deseo no es llevarme vuestro dinero, sino vuestras almas. Sin embargo de ti deseo mucho más que eso: además de tu alma, quiero tu corazón, tu carne y tu sangre. Podría llevarme la de tu acompañante, pero no me interesa tanto, pues se percibe banal, ligera, mundana... Así que hagamos lo siguiente: si ganas, serás toda tuya y de Dios para siempre, pero si pierdes... serás mía para toda la eternidad. Tic-tac, tic-tac, tic-tac... –rió como un maníaco.
–Acepto –le dije desafiante.
–Bien, pero recuerda aceptar sólo lo que sabes que vas a poder ganar. Luego no te arrepientas, belleza.
Mi conocido me miró con cara horrorizada, repitiéndome una y otra vez lo mucho que detestaba el juego y el deseo ferviente que sentía de protegerme ante cualquier tipo de peligro, pero yo había aceptado sin pensármelo demasiado. Lo tranquilicé susurrándole al oído:
–Si se lleva mi corazón, entonces el hueco vacío bien podría servir como una madriguera para algún animal. De todas formas el alma y la vida son pesadumbre y no me hacen demasiada falta, pues ya sabes tú todas las miserias que me han atravesado.
Además, echando un vistazo a mis cartas (pareja de ases) parecía una buena jugada, pues creía que tenía todas las de ganar; pero el Diablo, que es más experto por viejo que por diablo, sacó una escalera de color, lo que quería decir que yo había perdido inmediatamente. El hijo de puta no sólo se iba a llevar mi dinero y el de mi acompañante, sino también todo mi ser. Me miró dejando entrever una media sonrisa de que se había salido con la suya y, a continuación, un halo fantasmagórico rodeó mi cuerpo. Entre la cara de asombro de mi callado acompañante y la mueca de satisfacción de nuestro oponente, éste se levantó, se acercó a mi pálido halo, abrió ligeramente sus fosas nasales y me aspiró el alma, de la cual brotaron esporas de colores. Mi cuerpo sintió un leve escalofrío y mi energía se vio drenada inmediatamente. Acto seguido fue hacia la puerta y, haciendo un ademán con la mano, exclamó:
–¡Au revoir, muchachos. Siempre es un placer hacer negocios con ustedes!
Ante las miradas fijas de todos los allí presentes, sólo se me ocurrió decir: "pues se ha quedado una bonita noche para haberlo perdido todo... al fin y al cabo ha sido mi decisión, ¿no?"
Al día siguiente, cuando desperté, comencé a reflexionar sobre todo lo que había ocurrido la pasada noche. ¿Tenía vida o no tenía? Lo cierto es que me notaba tan muerta como siempre, lo único novedoso era que ya no sentía hambre ni ninguna necesidad fisiológica. Encendí la televisión y estaban pasando las últimas noticias de lo que parecía ser un asesinato: "una muchacha joven es hallada muerta con un hueco abierto en su pecho. Al parecer, el asesino le ha desgarrado el corazón con uñas y dientes. Sobre el cadáver se ha encontrado la siguiente nota escrita en sangre: «jugó contra el Diablo sin hacerle saber que era yo mismo». Las autoridades ya están investigando el...". Mis oídos comenzaron a pitar de una forma estruendosa cuando observé detenidamente la calle desde donde estaba transmitiendo la reportera. La casa precintada estaba en la misma localización geográfica que aquel casino. ¿O es que los efectos secundarios de que te aspiren el alma eran sufrir alucinaciones? Salí a toda prisa caminando sobre lo andado e intentando recordar mis pasos de la noche anterior, hasta que por fin llegué a la ubicación. Entre todo el tumulto de policías, cotillas curiosos y cámaras, no había ni rastro del casino. En su lugar se hallaba una vieja casa de madera medio derruida por el inevitable paso del tiempo. ¿Cómo era eso posible? Intenté acercarme a preguntar pero todos salieron corriendo a los gritos al verme aparecer. Hice una mueca extraña y sentí un ligero cosquilleo en el pecho. Cuando me lo toqué no palpé mi piel, ni tan siquiera mis huesos, solamente un hueco vacío con un conejo dentro. La criatura saltó hacia la calle y, con su blanco pelaje teñido de sangre y vísceras, comenzó a caminar. Yo, como por inercia, fui tras él. Los ruidos del exterior se desvanecieron por completo y ahora mis tímpanos sólo captaban la respiración, los latidos y el repiqueteo de las patas del animal contra el suelo. Era como si, paradójicamente, ahora yo estuviera dentro de él. El conejo se adentró en el jardín trasero de la casa abandonada. Entre flores muertas y vegetación descuidada, comenzó a escarbar sobre la tierra hasta desenterrar un puñal afilado, el cual agarré con firmeza, como si su empuñadura estuviera hecha exclusivamente para mis manos (¡cuántas cosas, al mismo tiempo, ocurren y concurren en este mundo como si fueran intervenciones divinas!). Acto seguido el conejito avanzó hacia una trampilla abierta cuya madera estaba demasiado enmohecida, y rápidamente descendió por una escalera desvencijada. Bajé tras él, inducida en una especie de trance extraño, y cuando al fin me hallé en lo que parecía ser el sótano, el animal había desaparecido por completo. Avancé un par de pasos con el puñal aún sostenido, y allí, en la penumbra, estaba mi viejo conocido ordenando fichas de póker. No le pregunté nada ni hice ningún gesto de asombro, es más, no hice ningún gesto, puesto que yo ya sabía todo lo que tenía que saber. Sólo me acerqué lentamente a él y le susurré:
–Nunca olvides que el diablo siempre cobra sus deudas.
Entonces, con una puñalada, embestí su corazón. Luego vino otra seguida de otra, así innumerables veces. Después guardé el puñal en el hueco de mi pecho y ascendí hacia la luz de las escaleras.
Escribes muy bien uwu
ResponderEliminarEs gracias a los traumas🚬
EliminarEse farsante pagó cara su osadía, ja, ja, ja...
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