15/11/2022

El llanto de las ninfas.

Las ninfas del bosque de la desolación ya no cantan sus joviales canciones, ahora sólo lloran. Su llanto es tan conmovedor que hasta las flores se marchitan y a los árboles se les caen las hojas. Me gustaría decir, si no es mucha molestia, que fui enviada allí. El bosque estaba situado entre dos ríos (lo que nos sumerge una vez más en la ineludible dualidad de nuestro plano): el primero era caudaloso, tenía el agua más cristalina que han divisado mis pupilas. El segundo no se asemejaba siquiera a un riachuelo: su agua, sucia y marrón, arrastraba toneladas de basura. La peculiaridad de ese lugar era que, según testificaban los habitantes del pueblo más cercano, cuando caía el Sol moría cualquier resquicio de naturaleza, pues ya no corría el viento, no fluían los ríos, no había animales merodeando el entorno; sólo se escuchaba una cosa: el llanto de las ninfas. 

Nadie (excepto los individuos más curiosos) se atrevía a penetrar el bosque cuando oscurecía, pues según las arcaicas habladurías que hasta hoy perduran, la noche representa el mal: con ella llegan los depredadores, el frío, las brujas, la oscuridad y el descenso al delirio; sin embargo con el día llega el Sol, con el Sol llega la luz, con la luz la información, con la información el saber, y con el saber la conciencia. Pude corroborar que los rumores eran ciertos la primera noche que anduve bajo la Luna de ese lugar. Los llantos provenían de todas las direcciones en un sonido binaural, un sonido tan intenso y fulminante que se te inyecta por un tímpano y sale por el otro como si te atravesara una bala de extremo a extremo. Entonces me adentré intentando localizar los lugares de donde provenían, pero con lo único que me topé fue con la luz de la Luna en todas las direcciones. No comprendía por qué no lograba encontrar nada, por qué el ambiente estaba tan paralizado, tan congelado en el tiempo como cuando la angustia te oprime el pecho y sientes que tu sangre ya no fluye. En todos los rincones sólo me topaba con mi sombra. Sentía que caminaba en bucle, volviendo una y otra vez hacia los mismos lugares. Ya no intentaba buscar a las ninfas para que me dieran respuestas de por qué yo estaba ahí de forma involuntaria, ahora tenía un propósito más egoísta: huir de allí. Pero estaba tan absorbida por la maleza y la oscuridad que los pensamientos más desquiciantes comenzaron a retumbar en las paredes de mi cráneo con una fuerza casi abrumadora. Pude verme abandonada a mi mala suerte, atrapada entre el frío y la hiedra. Entonces pensé en mí, en mi vida, en la insignificancia de vivirla. Nadie estaba conmigo en la civilización y nadie lo estaría en la naturaleza. Siempre andaba persiguiendo propósitos que eran completamente inútiles e insustanciales, mucho más que el de perseguir unos llantos. Pero lo curioso de ello es que estaba en ese bosque porque era allí donde enviaban a las personas tristes, a las disfuncionales para la sociedad: el lugar de los juguetes rotos, el lugar al cual ibas con la mente ya frágil por la aspereza de la vida, pero que te absorbía tanto que te rompía en pedazos. Las lágrimas comenzaron a brotar solas de mis ojos y un llanto desconsolado inundaba el ambiente. Así permanecí llorando noche tras noche tras noche, bajo la luz de la misma Luna, mientras que las personas más valientes seguían curioseando entre la maleza del bosque de las ninfas, intentando localizar sus desconsolados llantos. Los días se hicieron semanas, las semanas meses y los meses años. Y, cuando ya lloré lo suficiente, me di cuenta de que me había fortalecido tanto que tenía que poner remedio a ese lugar, pues seguían llegando oleadas de forasteros: mentes curiosas buscando sentir algún tipo de adrenalina, aunque yo los llamo "voyeurs del sufrimiento". ¿Qué misterio tenían unos simples llantos mas que verificar el mito y nutrir la emoción de las mentes estables? Ellos van allí a divertirse porque saben cómo salir, porque no se enredan en lo oscuro, porque su mente no se desploma cuando cae el Sol.

Como las sirenas hipnotizaban a los marineros con sus cantos, yo atraía a los forasteros con mis llantos. Ellos celebraban cuando me veían: "¡qué pasada, es cierto, es cierto. La leyenda de las ninfas es cierta!" pero cuando me miraban a los ojos se les borraba aquella molesta sonrisa, pues mis ojos reflejaban la miseria futura de sus vidas: la muerte de sus seres queridos, la abrupta ruptura con sus parejas, la quiebra económica, la destrucción terrenal. Todo lo puro se acaba ensuciando en algún momento, en algún punto de la historia. Nunca subestimes a una ninfa.

2 comentarios:

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