21/03/2023

El mundo como delirio y representación.


 A Schopenhauer por inspirarme con el título.


–Tal vez el mundo sólo es un delirio que existe en la mente de un loco. Estamos incrustados cual cristal en el cerebro de un ser primigenio, es decir, el primer demente de todos, el verdadero. Su cerebro chorrea sangre a borbotones, su enfermedad no sana, y debido a ello todo es infección. Somos su fantasía perversa, sus títeres, las bacterias en sus heridas; por eso cuando tambalea su cabeza, tambalea nuestro mundo. Por eso cuando deja de medicarse ocurren muchas catástrofes en este plano. ¿Y quién es, pues, ese ser lunático? No quiero decir que es Dios, ya que la locura es demasiado bella para que la goce Dios, pero tampoco puedo decir que el mundo es tan bello como la locura, porque no me gusta mentir. Es más, fue el loco quien creó a ese tal Dios para que la humanidad se vuelva loca en el sentido más inútil de la palabra: dale a la humanidad una mentira y delirará durante milenios. La mentira es el motor mediante el cual el demente activa la vitalidad aquí dentro, y lo peor de todo ello es que los humanos creen –siempre creen– que estar vivos es un milagro... ¡un milagro! La paz y la guerra son los dos hemisferios morales en el cerebro del loco, es decir, el bien y el mal, lo blanco y lo negro, lo bello y lo horrendo. Siempre triunfa más este último porque es más perverso y más divertido, por ende, da más juego y más jugo. Las estrellas que observamos en el cielo, los cometas, las galaxias y todo el universo con su escala cromática son sus neuronas interconectándose, la sinapsis de su organismo, sus nervios craneales. Todo el cosmos se formó cuando el loco tuvo una sobredosis de medicamentos y su glándula pineal estalló en un viaje psicodélico de colores y formas. Estamos atrapados en una esfera de cristal que se quiebra pero nunca se rompe ni se abre. No se podría describir el mundo de ninguna otra forma mas que desde conceptos demenciales, pues todo se reduce al absurdo: la trayectoria del ser humano a lo largo de los siglos ha construido una red sistemática que sólo logra satisfacer a unos pocos. Siempre luchan unos contra otros para obtener el primer puesto y el liderazgo, para transformar el mundo a su antojo como si éste les perteneciera... A veces me dan ganas de agarrar del cuello a esos ilusos dirigentes y sumergir sus cabezas en un fango ardiente mientras les grito: "¡miraos, sois tan humanos como yo, ¿entendéis? Sois unos malditos condenados y si os rajo sangráis, no hace falta que alardeéis de bienes ni dirijáis nada, porque os vais a morir, joder. No lo entendéis, no lográis entenderlo como yo lo entiendo... no veis mi visión. El mundo seguirá su curso y nadie podrá hacer nada por él cuando estemos bajo tierra, ni siquiera vuestros descendientes. Es inútil hacer algo por esta esfera que sólo existe en la mente de un loco. Todo por lo que os esforzáis es en vano. Ojalá el loco se diera un tiro, así el planeta sería atravesado por una gran bala de fuego. Si no, tendríamos que inmolarnos nosotros. Debemos extinguirnos para que el loco sane o se muera de abstinencia, sí, eso es!" Pero nadie me comprende nunca, es el loco el que nos sumerge en el fango ardiente, y yo no debería estar en esta habitación blanca acolchada porque al loco le importo, ¿verdad, doctor?

–¿A qué edad vio usted Fight Club, señorita?

12/03/2023

Al alba.

Podremos reunirnos al alba,
para entonces ya habré salido de la tumba 
que me ocupé de enterrar durante la madrugada.
Ven cuando llegue el alba,
te arañaré la espalda 
con mis uñas llenas de tierra
bajo un árbol centenario 
que llora ante nuestra tragedia.
Yo me fui de ti,
tú te fuiste de mí,
yo también me fui de mí,
contigo, pero sin ti.
Con tu recuerdo 
envasándome al vacío los pulmones
tuve que asfixiarme 
para volver a vagar por este mundo 
como quien no lo conoce,
entre huesos calcinados, 
páginas de libros ancestrales 
y calaveras sonrientes queriendo decir algo,
queriendo decir que los muertos 
están más felices que nosotros,
es decir, queriendo decir todo.
Veré cómo se derrama el Sol derretido,
gotita a gotita,
carbonizando nuestras pieles 
hasta fundirnos y ser abono para la tierra.
El Sol está orinando,
el alba trae consigo 
esta deliciosa lluvia dorada.
Se me cae la sangre,
ya no queda nada dentro de mí, 
todo lo que vomito 
es la arena del reloj que es mi estómago,
frente a la tumba de nuestra memoria
todo lo que aspiro a recitar es un epitafio,
tal vez dos.
Dos caballos van galopando 
porque creen que son libres,
pero se escuchan disparos desde lejos.
Miro al cielo incandescente 
con los ojos abiertos
y dejo que las gotas 
me abrasen las pupilas. 
Ya no hay nada que observar,
en el alba,
no hay nada que observar.

30/01/2023

La Nada tiene náuseas.

La Nada me ha susurrado vagamente: "hija mía, vomítalo todo antes de que sea tarde. No te hinches ni explotes ni llenes el Universo de vísceras, mejor llénalo de conceptos, de pensamientos y estados emocionales, porque todos somos Nada y más Nada seríamos sin ese vómito". Entonces le he hecho caso:

Siento nostalgia de lo que no viví, 
del forajido que me toma como rehén,
de un baile de salón,
de una doncella prometida soñando con un delincuente,
de un claro de luna en el bosque,
de un Whisky entre miradas cómplices,
de un ave de paso,
del vientre de mi madre,
del amor del colegio,
del amor que nunca tuve,
del que perdí,
del que no hice.

Amor, así concibo yo el amor:
si tu cuerpo fuera de clavos, yo me clavaría como Cristo.
Si tus dedos fueran tenedores, yo te ofrecería mis ojos.
Si tu lengua fuera cicuta, yo me envenenaría.
Si tienes sed en un desierto, yo te ofrecería la sangre de mis venas.
¿Y si tengo sed? Me bastaría con tu saliva.
Si tus palabras fueran dagas, yo me cortaría.
Si tus pasos condujeran a mundos infernales, yo te seguiría.
Si tus manos destrozaran todo lo que conozco, yo sobreviviría entre ruinas.

En un estado de supervivencia cuando nadie me mira 
le arranco el ojo a un ángel,
me sirvo veneno,
me muero en el suelo,
clavo insectos en las paredes.
Cuando nadie me mira le resto importancia al "me"
y soy una calaverita con dos soles negros por ojos.
Porque es en esos momentos en los que
miro la vida como miro un Sol que se está muriendo.
(NADA ES LO SUFICIENTEMENTE BRILLANTE AHÍ FUERA).

Fuera siento hastío
por un mundo sistemáticamente ciego
y semánticamente pobre.
Hastío de tallar este escrito en la pared,
de que todo sea verborrea absurda,
hechos intrascendentes, sentimientos insustanciales.

Insustancialidad es eso que todos ofrecen
y paradójicamente a nadie le gusta,
es mirar la vida pasar desde el borde de un telesilla,
es arrastrar el cuerpo carente de sustento,
es ver interrumpida la paranoia del loco.

Y paranoicamente te busco en mis recuerdos,
en las rencillas de mi cerebro (no estás), 
en las esquinas de mis sienes,
en mis arterias,
en los huesos que me he arreglado con pegamento.
La paranoia hace de mí un ser tembloroso:
un sólo movimiento significa trillones de posibilidades,
un escenario significa incontables obras por interpretar.

Interpretar la vida, los sueños, los pensamientos, las palabras, el ser, el ente;
interpretarlo todo para acudir al parto de Filosofía, 
la cual trae al mundo dos gemelas brillantes y destructivas: 
Metafísica y Ontología.
Intentar interpretarlas es darle al Todo una explicación 
para llegar a la Muerte, a la Nada y al Vacío:
destinos que nunca debieron expulsarnos mediante su vómito.

08/01/2023

He adoptado una nube negra. (Serie 2).

«-Cuéntame algo.
+¿Sobre mi vida?
-No, coño, me refiero a una anécdota. Ya que no puedes tener la boca cerrada para dejarme leer el periódico cuéntame... alguna cosa.
+Lo siento, no sé qué decirle.
-¿No tienes anécdotas? ¡No tienes! Entonces te contaré una»:

La única vez que he desplegado mis labios para rezar una oración (no a Dios, sino a un destino impredecible para que todas las circunstancias del tedioso presente me hicieran un favor) fue para que lloviera. Sí, tal cual: deseaba que diluviara, que se desenvolviera en el cielo una tempestad torrencial que arrasara con toda la basura que se amontona sobre la ecúmene, que lloviera tanto que el ambiente se purgara y las plantas se saciaran, tanto tanto que los religiosos creyeran que el falso Apocalipsis se estaba realizando: pues esa tormenta sería mi excelente justificación para no tener que salir a hacer algo que, o bien iba a hacer por compromiso u obligación, o bien tenía pocas ganas de hacer. Pensé: "si no me puedo suicidar, al menos que la vida me dé un poco de tregua, un pequeño y brillante cataclismo".

Y entonces llovió. 

Mi deseo, fruto del egoísmo, fue concedido (quién sabe por qué). Llovió durante trece días y trece noches sin parar: limpiando, barriendo y purgando. Todo tal cual lo pedí. Hasta que, lamentablemente, el Sol volvió a salir tan arrogante y molesto como siempre. Pero como obsequio, como un souvenir por realizar tal buen acto al medio ambiente mediante mis súplicas a una Nada inconsistente, una nube negra de tormenta se arraigó a mí. No nació de mi costilla, sino de mi lengua afilada. Ahora aquella nube estaba siempre posada sobre mi cabeza: no importaba la hora, el lugar o la actividad en la que yo estuviera involucrada. Cuando me estaba divirtiendo (eso raras veces sucede) o cuando estaba en medio de una crisis existencial, sus moléculas de agua se acumulaban debido a la energía del ambiente y estallaba contra mí, haciendo que todo ápice de diversión se tornara un caos, calándome hasta los huesos y provocándome fuertes resfriados. Esto sucedía día tras día tras día, impidiéndome así realizar todas las actividades cotidianas. ¿No era esa la excusa que tanto buscaba? Lo positivo de ello es que mis lágrimas lograban camuflarse entre el agua. Me preguntaba si todo aquello era una especie de castigo kármico, aunque no me permito caer en esas creencias, pero en el fondo yo nunca quise hacerme cargo de esa masa negra. En ese punto... ¿qué podía hacer? ¿me quería matar o la quería matar yo a ella? 

Un día la llevé a un descampado, el más inhabitable de la zona y, sin compasión ni preámbulos, empecé a dispararle con una pistola de bolitas de goma (hubiera sido mejor una de balas, ya lo sé, pero no estamos en Estados Unidos). Pensaba, inocente de mí, que la nube se desvanecería evaporándose sin más, pero lo que ocurrió es que comenzó a sangrar. Ahora ya no llovía agua, sino sangre. Yo no tenía lugar ni forma donde limpiarme en diez kilómetros a la redonda, así que no tuve más remedio que optar por volver a la civilización. Intenté fijar la mirada en el suelo y pasar desapercibida entre los viandantes que caminaban atendiendo únicamente a su propia vida, o al menos eso quería creer yo. Pero era una ilusa al pensar que nadie se percataría del reguero de sangre que dejaban las suelas de mis zapatos durante todo el camino. En cuanto a mi nube, exprimió toda su sangre contra mí a lo largo del trayecto hasta que por fin se diluyó en el aire. 

Cuando me quedaban varios minutos para llegar a mi casa y, sosteniendo las manchadas llaves para por fin abrir la puerta del cubículo de mi tranquilidad, escuché detrás de mí varias sirenas de policía. Las omití, puesto que estaba tan exenta de cualquier cargo como una mariposa en un campo primaveral. Me detuve frente a la puerta de casa: unos movimientos locomotrices más y ya estaba dentro. Para abrirla agarré el tirador de la puerta dejando en él una mancha considerable de sangre. La llave se introdujo sin problema. Ahora sólo quedaba un movimiento más en aquella mecánica tan banal de abrir la puerta, pero de pronto sentí una de mis muñecas apretada detrás de mi espalda y la presencia de un policía respirar tras mi nuca. 

-Señorita, queda usted detenida por homicidio. Se le prohíbe pronunciar palabra alguna hasta que no se le asigne un abogado.

Las llaves cayeron al suelo. El uniforme de aquel oficial que me sostenía con brusquedad quedó manchado completamente. Siendo honesta lucía mejor así.

Pensé: "¿homicidio? ¿a quién? ¿por qué?"

Desde luego no ayudaba mi aspecto cubierto de sangre, pero nunca pronuncié ante aquel oficial las típicas frases agónicas de siempre: "yo no he hecho nada, soy inocente, créame", ya que entendí hace mucho tiempo que nadie lo es. Todos somos homicidas en menor o mayor medida: matamos insectos, animales, plantas... incluso el tiempo. Matamos con palabras, con actos, con desprecios, con indiferencias, con morales e ideologías; clavamos puñales cargados de traición, destruimos corazones y almas. Hay muchas maneras de matar y nunca nadie está libre de culpa, pues tú has sido verdugo alguna vez, y yo, por supuesto, también. 

Me condenaron por asesinar al cielo, por corromper el ciclo natural. Si algo me ha enseñado mi descendiente celestial es que no se puede controlar lo que no depende de nosotros ni de nuestras circunstancias. Tampoco se puede encapsular al cielo por egoísmo y, si uno dispara hacia arriba, que procure llevar consigo una toalla y jabón.