14/06/2022

Carta triste de diez minutos.

Querido no-diario, los recuerdos que me aquejan hoy los reproduzco en mi memoria con la esperanza de que cuando transcurran estos diez tontos minutos –los cuales tengo muertos– ni me acuerde de los mismos. Les dedico estos agónicos minutos y ni medio más, porque las agujas del reloj se oxidan, porque espero no acordarme de ellos después.

Es mentira, diez minutos no van a ser...

Llevo quince o veinte buscando las palabras idóneas que se asemejen a cómo me siento. Llevo tiempo pensando (si digo cuánto, volvería a contradecirme) qué fue lo que ocurrió. Esto comenzó siendo una carta de desamor hacia un amante del pasado sin nombre, pero la releí varias veces y decidí, como de costumbre, cambiar el rumbo (cosas del falso ego, supongo) porque, ¿es el tiempo el que trae el amor? ¿es acaso el amor una mentira del tiempo? o peor aún, ¿es la propia naturaleza la que miente? Lo tedioso del ciclo de la naturaleza es que tiene la manía de volver a repetirse, por eso esta no será la primera ni la última carta que alguien escriba con un poco de confusión.

Estoy confusa porque no quiero creerme lo que más obvio se presenta a mi mirada, lo que me dice todo el mundo, lo que mi subconsciente me obliga a aceptar retorciéndome el cuello hacia su lado más convincente y racional. No quiero creerme que para algunas personas –amantes y amigos– no fui ni tan siquiera el aleteo de un pájaro azul o el sonido que hace un árbol al caer en medio de un bosque solitario; porque entonces tendría que aceptar que yo, la chica de los ojos tristes y el alma fría, la chica que con un sello de muerte cerró la puerta al sentir jurando no abrirla hasta que los latidos de su corazón le permitieran lo contrario, se equivocó al confiar en su propio pulso.

No me entristecen los conceptos de: "amor imposible o platónico", "amistad pasajera", me entristece no haber tenido la oportunidad de entregar mi alma –desde hace tanto tiempo escondida– a un verdadero merecedor de mis sentimientos, a una persona cuya elección entre todos los cisnes del estanque hubiera sido yo. Ya no sé si ocurrirá alguna vez. O supongo que es demasiado tarde para querer que ocurra, pues entregar el alma es un acto suave como el peligro, un propio atentado suicida, una muerte inminente.

Si sólo ante ciertas presencias logré derretir el hielo que cubría mi sentir, estoy segura de que se podrá volver a congelar. Pero muy a mi pesar creo que se ha roto, formando cristales que dejan dañado para siempre el órgano más vital... y el más frágil al parecer.

2 comentarios:

  1. Bueno, yo aquí, pecando de enterado, ya te digo que alguien se cruzará en tu camino y logrará entrar sin que puedas evitarlo. Y al margen del resultado, cuando dobles tu edad actual, leerás este comentario y dirás: "Joder, este hijo de puta tenía razón".;)

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    1. Sería trágico morir libres de pecado. Pero sí, todavía queda vida por delante para cruzarme con muchos seres. Espero que el comentario junto con la carta no queden en el olvido.

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